CAPÍTULO 9
Adolescencia
La adolescencia es el periodo de transición entre la niñez y la edad adulta, durante el cual el ser humano llega a una nueva etapa de su desarrollo psicosocial. En algunas sociedades no se considera una etapa individual de la vida: los individuos pasan directamente de la niñez a la edad adulta (adultez) (cfr. Mead, 196 1). En el mundo occidental, la adolescencia es una etapa de preparación para asumir las responsabilidades propias del adulto (Hall, 1904). Y se asumen precisamente en los años en que los jóvenes pasan por complejos cambios físicos y emocionales que les afectan tanto a su personalidad como a su socialización. Dado que en este periodo ocurren tantos e importantes hechos, los psicólogos le dedican mucha atención. Como no podemos exponer aquí sus numerosos trabajos de investigación, nos concentraremos en algunos de los más importantes resultados concernientes al desarrollo personal y social de los adolescentes y a los problemas que encaran. Pero antes trataremos de algunas ideas generalizadas acerca de la adolescencia.
PUNTOS DE VISTA SOBRE
LA ADOLESCENCIA
¿En qué consiste la adolescencia? ¿Son esos años intermedios entre el fin de la niñez y el inicio de la edad
adulta los mejores de nuestra vida: un periodo de absoluta libertad en que podemos seguir nuestros ideales sin vernos obstaculizados por preocupaciones de la vida diaria? ¿O, más bien, se trata de un periodo de grandes crisis, de rebeldía o de tristeza? La contestación parece depender de a quién le hagamos estas preguntas. Los adultos, adolescentes y psicólogos dan respuestas diferentes.
Cómo ven la adolescencia los adultos
Todos los adultos han vivido la experiencia de ser adolescentes. Sin embargo, esos años no siempre les ayudan a comprender sus problemas e intereses. En términos generales, varían sus actitudes hacia los jóvenes y algunos tienen sentimientos contradictorios hacia ellos.
Muchos adultos admiran y hasta llegan a idealizar a la juventud. Esta etapa goza de mucho aprecio en el mundo moderno. Sus valores, música, modas y actividades reciben enorme promoción en los medios masivos de comunicación. Los adultos tratan de tener el aspecto, la salud y el dinamismo de los jóvenes comprando ropa, cosméticos y otros productos, además de realizar varias actividades físicas. Los que aman el deporte admiran a los atletas jóvenes. Los estudios de investigación han demostrado lo siguiente: los adultos dedicados a problemas sociales como
el desarme nuclear, el hambre en el mundo y el mejoramiento del ambiente admiran a los jóvenes que tratan de lograr un avance en esas áreas (Rice, 1978).
Las personas de edad madura que conviven y trabajan directamente con adolescentes a menudo aprecian mucho la influencia positiva que éstos tienen en su vida. Les ayudan además a mantenerse en contacto con un mundo mucho más amplio fuera de su experiencia diaria.
Por otra parte, muchos estudios revelan que a veces los adultos se sienten amenazados por los jóvenes. La edad de muchos padres de familia fluctúa entre 40 y 50 años, cuando ven a sus hijos llegar a la adolescencia, mientras los adultos advierten en su cuerpo los primeros indicios de deterioro físico. Se trata de una situación capaz de originar sentimientos negativos, en especial cuando los adultos se ven superados por los jóvenes. Posiblemente lamentan la pérdida de su juventud y envidian a quienes se encuentran en su plena juventud.
A pesar de que la publicidad ha contribuido a crear el «mito de la juventud», a menudo la prensa popular y los periódicos presentan a los jóvenes con una imagen negativa. Se les describe como alterado-res del orden o perturbados: las historias de delitos cometidos por ellos son las más sensacionales y, por tanto, las que atraen más la atención del público general. A decir verdad, la mayor parte de los jóvenes pasan por el periodo de la adolescencia sin llegar a esos extremos ni sufrir gran estrés.
Una de las razones por las que cobran tanta relevancia las imágenes negativas de los adolescentes es que las generaciones a veces tienen ideas distintas de la moralidad. En cuestiones tan controvertidas como la actividad sexual o el uso de armas químicas, los puntos de vista de los jóvenes contrastan con las de sus padres, cuyas experiencias han sido diferentes.
Además, los adolescentes pueden provocar una reacción negativa por parte de sus padres, al manifestar rasgos en los que éstos ven un reflejo de su personalidad que preferirían olvidar. Por ejemplo, los que se sienten inseguros de sus aptitudes académicas se sentirán incómodos al ver que en sus hijos adolescentes empieza a aparecer el mismo patrón.
Por una u otra razón, algunos adultos ven a los adolescentes bajo una perspectiva exagerada, ya sea positiva o negativa. Algunos los idealizan recordando únicamente los aspectos positivos. Otros los ven con horror, considerando tan sólo su carga de tensiones, las ansiedades y angustias, el conflicto o la de‑
pendencia. Los estudios de investigación han revela-do que, para algunos adultos, los jóvenes son personas antisociales, destructivas, sucias y poco confiables (Majeras, 1976). Pero son pocos los adultos que tienen puntos de vista tan exagerados, pues la mayor parte de los jóvenes no encajan dentro de ninguno de estos dos estereotipos extremos.
Cómo se ven a sí mismos los adolescentes
¿Influyen en la opinión que los adolescentes tienen de sí mismos tanto un punto de vista demasiado idealizado como un punto de vista muy negativo? De acuerdo con muchos psicólogos, la respuesta a esta pregunta es afirmativa. Los adolescentes tienden a verse a sí mismos con base en lo que la gente piensa de ellos. Los estereotipos de los adultos son para los jóvenes una especie de espejo, y consideran los reflejos de la sociedad como auténticos modelos de su comportamiento (Anthony, 1969). Por tanto, según las ideas de los adultos con quienes interactúen, tenderán a tener una imagen demasiado idealizada o negativa de sí mismos.
Teorías sobre la adolescencia
Los conceptos contradictorios de la sociedad en general se reflejan no sólo en el comportamiento de los adolescentes, sino también en las teorías de los psicólogos. La controversia en torno a la naturaleza de la experiencia de la adolescencia se acentuó a partir de 1904, cuando G. Stanley Hall propuso su revolucionaria teoría. Según Hall, quien basaba su razona-miento en la concepción evolutiva, el adolescente constituye una etapa de transición en el desarrollo evolutivo del animal al hombre. Ser adolescente significaba para él ser una especie de animal totalmente desarrollado y encerrado dentro de una jaula, un animal que ve la libertad pero sin que sepa cuándo será liberado o cómo manejará la situación. Así pues, al adolescente se le describía como una persona en una fase de grandes «crisis y tensiones», un ente marginado, confundido, perturbado y muy frustrado por la sociedad.
A través de los años muchos psicólogos y sociólogos han apoyado las teorías de Hall, aunque también ha habido quienes las rechazan de manera tajante. Estos últimos consideran la adolescencia como un periodo relativamente tranquilo del crecimiento, de
ninguna manera desligado de la niñez que la precede ni de la edad adulta joven que viene después.
Una de las principales partidarias de esta teoría fue Margaret Mead. En una serie de estudios antropológicos ya clásicos que efectuó a fines de la década de 1920 y principios de la de 1930, Mead (1961) des-cubrió que en algunas culturas la adolescencia es una época muy placentera de la vida, sin que se caracterice por crisis ni tensiones.
Otros trabajos de investigación realizados desde entonces tienden a respaldar la teoría de Mead; señalan la ausencia relativa de conflictos en la vida de los adolescentes y una transición serena de la niñez.
Aunque tal vez los psicólogos tengan razón al asegurar que la adolescencia no es un periodo de grandes crisis, pocos se atreverán a negar que por lo menos se dé un poco de estrés en ella. Es un periodo en que se producen importantísimos cambios de carácter físico, mental y emocional. Como observa el psicólogo Robert Havighurst (1972), todo adolescente afronta retos en la forma de procesos del desarrollo que debe dominar. Entre los que menciona Havighurst se cuentan los siguientes:
- Aceptar su constitución física y adquirir un papel masculino o femenino.
- Establecer relaciones apropiadas con personas de su edad de ambos sexos.
- Alcanzar la independencia emocional respecto a sus padres y a otros adultos.
- Lograr la segundad de obtener la independencia económica.
- Elegir una vocación y prepararse para ella.
- Desarrollar las habilidades cognitivas y los con‑
ceptos necesarios para la competencia social.
- Entender y realizar una conducta socialmen‑
te responsable.
- Prepararse para contraer matrimonio y formar una familia.
- Adquirir valores que armonicen con una correcta concepción científica del mundo.
A pesar de que los procesos anteriores plantean verdaderos retos, los adolescentes generalmente los resuelven de modo satisfactorio. Muchos sufren de tensión, pero logran encontrar la manera de superarla.
Desde luego, no faltan nunca las excepciones. Un pequeño porcentaje de adolescentes experimenta crisis y tensiones a lo largo de este periodo. Otro grupo
reducido no siente estrés al pasar por los cambios propios de la adolescencia. Quizá la única generalización válida sea la siguiente: el desarrollo a lo largo de la adolescencia es un proceso muy individualiza-do y heterogéneo.
El patrón del desarrollo que muestre cada individuo dependerá de muchísimos factores. Entre los más importantes conviene citar éstos: su ajuste durante la niñez, el grado de adaptación de sus padres y compañeros, los cambios que ocurren durante la adolescencia. Y precisamente de estos cambios nos ocuparemos en la siguiente sección.
DESARROLLO PERSONAL
Para llegar a ser un adulto no basta simplemente alcanzar la madurez física, aunque éste es un aspecto importante del proceso. La transición de la niñez a la edad adulta también requiere cambios en la forma de razonar, del pensamiento moral y ajustes de la personalidad y del comportamiento sexual. Aunque se trata de un proceso complejo, la mayor parte de los adolescentes afrontan de manera satisfactoria las circunstancias cambiantes.
Cambios físicos
Crecimiento físico. La pubertad, o maduración sexual, es el hecho biológico que marca el final de la niñez. Las hormonas desencadenan una serie de cambios internos y externos que producen diferentes patrones de crecimiento en ambos sexos.
Hacia los diez años de edad, repentinamente las niñas empiezan a crecer. Antes de este periodo de crecimiento rápido se desarrolla el tejido adiposo, que las hace aparecer regordetas. El desarrollo del tejido adiposo también caracteriza a los niños antes de ese lapso. Pero mientras que los niños lo pierden en poco tiempo, pasando a una etapa de aspecto largirucho y flaco, las niñas lo conservan al iniciarse el periodo de crecimiento rápido y hasta lo aumentan (Faust, 1977).
Una vez comenzado ese periodo, las niñas crecen de 5 a 7 cm cada año. Durante esta fase, los senos y las caderas comienzan a rellenarse y aparece el vello púbico. Entre los diez y diecisiete años tienen su primer periodo menstrual, o menarquía. Transcurre aproximadamente un año más antes que las mens-
truaciones se vuelvan regulares y puedan concebir. Con todo, en la mayor parte de las sociedades se considera a la menarquía como el inicio de la madurez femenina.
Hacia los doce años, los niños empiezan a tener vello púbico y genitales más grandes. Al cabo de uno o dos años pueden eyacular. Aunque su periodo de crecimiento rápido comienza después que el de las niñas, dura unos tres años más. Una vez comenzado, crecen rápidamente y se ponen robustos, observándose hombros más anchos y el tronco más grueso propio de los adultos. También adquieren más tejido muscular que las niñas y crecen su corazón y pulmones. El timbre de su voz se va haciendo cada vez más grave. Empieza a aparecer vello en el rostro y más tarde también en el pecho.
El ritmo y el patrón de la maduración sexual va-rían tanto, que es difícil aplicar normas a la pubertad. Pero, en términos generales, las niñas se desarrollan antes que los niños y durante uno o dos años superan en esto a los de su misma edad.
El periodo del crecimiento durante la adolescencia puede ser difícil para ambos sexos a causa de la asincronía, estado de crecimiento o maduración poco uniforme de las partes del cuerpo. Por ejemplo, las manos o las piernas pueden ser demasiado grandes o pequeñas en comparación con el resto del cuerpo. Sin embargo, a medida que pasan los años, las partes del cuerpo van asumiendo sus proporciones correctas.
Reacciones ante el crecimiento. En general, los jóvenes están hoy mejor informados que hace dos o tres generaciones. A muy pocos de ellos los signos de maduración sexual les causan serios problemas. Sin embargo, los cambios físicos bastante repentinos que ocurren durante la pubertad no dejan de afectarles. Esto se observa sobre todo cuando su desarrollo es prematuro o tardío. Los adolescentes desean desesperadamente ser aceptados por sus compañeros, con-formarse a los ideales de cómo un hombre o una mujer de su edad debería actuar, vestirse y el aspecto que debería tener. En un estudio, más de la mitad de mujeres adolescentes y una tercera parte de varones adolescentes manifestaron espontáneamente preocupación por su aspecto (Dwyer y Mayer, 1968-1969). Los trabajos de investigación indican asimismo la existencia de una relación entre la forma en que ambos sexos ven su cuerpo y lo que piensan de sí mismos (McCandless, 1960). La mayor parte de los adolescentes, y sobre todo las mujeres, tienden a eva‑
luarse a partir del cuerpo ideal de su cultura. Por ejemplo, en la cultura occidental se considera deseable el tener piernas largas, una figura esbelta y senos bien desarrollados; las muchachas desean desesperadamente aproximarse a este ideal (Wiggins, Wiggins y Conger, 1968).
Los jóvenes de ambos sexos son muy sensibles ante cualquier rasgo que parezca ser inapropiado para su sexo. Por ejemplo, los niños tienden a mostrarse muy avergonzados si tienen genitales «poco desarrollados», si carecen de vello púbico o si sus pechos son «protuberantes»; las niñas, en cambio, suelen sentirse muy incómodas si tienen senos «poco desarrollados», vello facial o si se les marcan los músculos.
Las diferencias individuales del crecimiento in-fluyen profundamente en la personalidad de los jóvenes. Por ejemplo, según las investigaciones, los niños que maduran en forma prematura gozan de ventajas: se convierten en héroes deportivos y son los líderes de las actividades formales e informales. Los demás niños los respetan; las niñas se enamoran perdidamente de ellos; los adultos tienden a tratarlos como personas más maduras. Todo ello los hace más seguros de sí mismos e independientes que el resto de sus compañeros. Los niños de maduración tardía —cuya voz delgada y constitución física muy aleja-da de la ideal puede hacerlos sentirse inferiores— tenderán a aislarse de la gente o a ser rebeldes (Dwyer y Mayer, 1968-1969).
Las variaciones del ritmo del desarrollo siguen influyendo en los hombres, incluso entre los 30 y 40 años de edad. Los que maduraron más temprano ocupan posiciones más elevadas en su trabajo y en la jerarquía social que los de maduración tardía (Ames, 1957). Pero la correlación se debilita después de los cuarenta años (Jones, 1965).
En el caso de las mujeres el patrón es un poco distinto. Al inicio las niñas que maduran temprano no se sentirán orgullosas de su estatura y figura sino avergonzadas. Algunas comienzan a salir con muchachos mayores que ellas y adoptan una actitud dominante con las personas de su edad. Las de maduración tardía tienden a ser menos agresivas y les es más fácil llevarse bien con sus compañeros.
En los últimos años de la adolescencia, las mujeres que maduran temprano gozarán de mayor popularidad y tendrán una autoimagen más favorable que las de maduración tardía. Sin embargo, las diferencias entre ambos grupos no parecen ser tan grandes
en el caso de las mujeres como entre los varones (Dwyer y Mayer, 1968-1969).
¿Por qué el crecimiento físico produce efectos psicológicos tan potentes en especial para los varones? De acuerdo con una teoría de gran aceptación, las reacciones psíquicas ante el crecimiento físico pueden deberse a una profecía que se cumple por sí misma. Por ejemplo, el niño que cree que no está a la altura del ideal físico de su cultura tendrá un deficiente autoconcepto y no buscará el éxito con mucho empeño. En realidad, su actitud contribuye al fracaso que tanto teme.
Cambios del pensamiento
Durante la adolescencia surgen los patrones del pensamiento que caracterizan al adulto. Esto lo describió Jean Piaget como pensamiento de «operaciones formales» (Piaget e Inhelder, 1969). Entre los once y doce años de edad, el pensamiento humano empieza a volverse más abstracto y menos concreto. Así, un adolescente podrá reflexionar sobre la respuesta a una pregunta hipotética como ésta: «¿Cómo sería el mundo si la gente llegara a los 200 años de edad?» Puede analizar las posibilidades hipotéticas en una forma que le resulta imposible a los niños. Esta capacidad abarca la de resolver problemas. Un adolescente, al descubrir que el motor de su auto tiene una falla, examinará varias causas posibles y sistemáticamente probará varias piezas hasta detectar el problema. Es la misma habilidad que aplica el científico cuando realiza sus experimentos.
La comprensión de lo hipotético se acompaña de la capacidad de entender principios abstractos. No sólo esta capacidad es importante para estudiar la ciencia y las matemáticas de alto nivel, sino que además permite al adolescente manejar en su vida diaria asuntos de ética, conformidad y falsedad. Posibilita también la introspección, es decir, examinar los motivos y pensamientos personales. Al respecto conviene citar las palabras de un adolescente: «De repente me di cuenta de que estaba pensando en mi futuro; luego empecé a pensar por qué estaba pensando en mi futuro; después empecé a pensar por qué estaba pensando acerca de por qué pensaba en mi futuro».
Gracias a estas nuevas capacidades intelectuales, el adolescente está en condiciones de superar los agobiantes sentimientos emocionales por medio de la
racionalización. Así, después de fracasar en una prueba, podrá racionalizar que lo reprobaron «por-que le preocupaba la cita que probablemente logra-ría con una chica». En cambio, un niño de ocho años estará demasiado ligado a la realidad concreta y no podrá examinar sistemáticamente todas las causas de su fracaso.
¿Alcanzan plenamente todos los adolescentes la etapa de las operaciones formales a la misma edad? Como seguramente habrás adivinado, así como se dan variaciones en la madurez sexual, también se dan en la madurez cognitiva. En términos generales, el ritmo del crecimiento intelectual es sumamente variable entre los individuos y entre las clases sociales. Un estudio reveló que menos de la mitad de un grupo de sujetos de 17 años de edad sometidos a tests psicológicos habían llegado a la etapa de las operaciones formales (Higgins-Trenk y Gaite, 1971). En otro estudio se comprobó que este tipo de pensamiento era más común entre adolescentes de clase alta y media que entre los miembros de la clase trabajadora y baja (Dulit, 1972).
También se han observado diferencias entre las naciones. El pensamiento propio de las operaciones formales predomina menos en algunas sociedades, quizá por las diferencias en el acceso a la educación formal. Los que no saben leer ni escribir carecen de herramientas para separar el pensamiento y la realidad concreta; de ahí que nunca alcancen un nivel más avanzado del pensamiento (Greenfield y Bruner, 1966).
Para quienes sí lo alcanzan, el cambio de los patrones del pensamiento suele acompañarse también de alteraciones en la personalidad y las interacciones sociales. Por ejemplo, los adolescentes suelen volver-se extremadamente idealistas. Esto se relaciona con el hecho de que, por primera vez en su vida, están en condiciones de imaginar lo hipotético: cómo podrían ser la cosas. Cuando lo comparan con la cruda realidad, el mundo parece un lugar terrible. De ahí su actitud de rebeldía. Algunos llegan a adquirir un «complejo mesiánico» y se creen capaces de salvar el mundo del mal. Además, se impacientan con lo que a sus ojos son fracasos de la generación adulta. No aciertan a entender por qué, por ejemplo, no renuncia una persona si considera que su empleo va contra sus principios. En otras palabras, los adolescentes tienden a ser irrealistas ante las complejidades de la vida. Pero, al mismo tiempo, su idealismo ayuda a los adultos a mantenerse en contacto con algunas formas de mejorar el mundo.
Desarrollo moral
Además de experimentar cambios físicos y cognitivos, algunos adolescentes pasan también por importantes cambios en su pensamiento moral. Como se recordará, a juicio de Lawrence Kohlberg (cuya teoría se expuso con anterioridad), el razonamiento moral se desarrolla por etapas. En las primeras etapas de su desarrollo moral, los niños de corta edad son sumamente egocéntricos; juzgan el mal y el bien según que ocasione o no algún castigo (etapa 1) o según que les produzca consecuencias positivas o negativas (etapa 2). En etapas subsecuentes los niños juzgan la acción según que goce o no de aprobación social (etapa 3) o que sea sancionada por la autoridad reconocida (etapa 4).
Muchos nunca van más allá de la última etapa, y su pensamiento moral permanece muy rígido. Pero, para los que logran superarla, la adolescencia y la edad adulta suelen ser periodos de un profundo desarrollo. Los que pasan a la etapa 5 se plantean la pregunta de si una ley es justa o injusta. Creen que las leyes deben modificarse al cambiar el mundo y que nunca son absolutas. Por otra parte, los que llegan a la etapa 6 aceptan los principios éticos absolutos (entre otros la regla áurea) que han descubierto por sí mismos. Este tipo de normas éticas se aplican a todos, no deben ser violadas y son más importantes que las leyes escritas.
Para llegar a los niveles superiores del pensamiento moral se requiere la capacidad de abstraer, esto es, de contemplar una situación desde el punto de vista de otra persona. A ello se debe que el desarrollo moral tenga lugar durante la adolescencia, época en que el individuo adquiere la capacidad del pensamiento basado en las operaciones formales. Pero no todos los adolescentes que la desarrollan muestran simultáneamente niveles más altos de razonamiento moral. De hecho, apenas uno de cada diez lo hacen (Kohlberg y Gilligan, 1971). En conclusión, el pensamiento formal es indispensable para llegar a un nivel más alto del desarrollo moral, pero no garantiza que se alcance.
En general, los psicólogos coinciden en que el desarrollo moral depende de muchos factores, sobre todo de la clase de relación que el individuo mantenga con sus padres. La evidencia muestra que duran-te la enseñanza media el desarrollo moral del adolescente no cambia mucho. No obstante, ya en la enseñanza media superior —época en que los ado‑
lescentes pasan mucho tiempo fuera de casa y, por tanto, la influencia de los padres es menor—, se operan cambios más notables en el desarrollo moral.
Cambios de la personalidad y formación de la identidad
Los cambios por los que pasan los adolescentes inciden en muchos aspectos de su vida; de ahí que no deba sorprenderse que ejerzan un influjo moldeador en su personalidad. Los psicólogos que han estudia-do estos cambios se concentran en el concepto de identidad. Un psicólogo en particular, Erik Erikson, demostró que el alcanzar la propia identidad constituye el aspecto fundamental del desarrollo del adolescente. Su teoría de cómo se llega a un sentido integrado del yo ha originado muchos argumentos en pro y en contra. Dado que sus ideas han resultado muy influyentes, a continuación trataremos de su teoría y de los estudios que la apoyan o la ponen en tela de juicio.
Teoría de Erikson sobre la crisis de identidad. Según Erikson, construir la identidad personal es una función propia de la adolescencia. Los niños saben lo que la gente —adultos y compañeros— piensan de ellos. Conocen las etiquetas que les aplican (buenos, pica-ros, tontos, talentosos, valientes, atractivos, etc.). También están conscientes de sus impulsos biológicos y sus cada día mejores habilidades físicas y cognoscitivas. Pueden soñar en ser esta o aquella persona y re-presentar esos papeles en su vida, pero no reflexionan sobre quiénes son ni adonde se encaminan en la vida. Los niños viven el presente; los adolescentes empiezan a pensar en el futuro.
Si quieren conocerse a sí mismos, los adolescentes deben pasar por lo que Erikson llama crisis de identidad, época de muchos cambios y tensiones durante la cual se preocupan por saber quiénes son (1968). Varios factores contribuyen a desencadenar-la, entre ellos los cambios fisiológicos y cognitivos que hemos descrito con anterioridad, lo mismo que el despertar de los impulsos sexuales y la posibilidad de una nueva clase de intimidad con el sexo opuesto. Los adolescentes empiezan a ver el futuro como una realidad, no como un simple juego. Saben que han de afrontar las casi infinitas y, a menudo, antagónicas posibilidades y opciones que les depara el futuro. En el proceso de evaluar el pasado y prever
PSICOLOGÍA DEL MUNDO CONTMPORÁNEO Autoestima. Una encuesta efectuada en Estados Unidos sobre 3 000 niños reveló que las alumnos de enseñanza media tienen una autoestima mucho menor que los alumnos. El estudio descubrió que la mayor parte de las niñas de escuelas primarias manifiestan seguridad, asertividad y una actitud generalmente positiva acerca de su persona. Sin embargo, en la adolescencia menos de la tercera parte de las mujeres sienten esa misma autoestima. En cambio, aproximadamente la mitad de los niños son personas seguras de sí mismas. Los investigadores observaron asimismo que las alumnos de raza negra que asistían a escuelas de enseñanza media mostraban mucha seguridad en sí mismas, el segundo lugar lo ocupaban las de origen hispanico y el último las de raza blanca. Se llegó a la conclusión de que la autoestima de las adolescentes negras era favorecida por sus familias y comunidades, no por la escuela. Los hallazgos plantean preguntas respecto al sistema escolar de Estados Unidos. ¿Aminoran el sentido de autoestima de las mujeres? De ser así, ¿qué medidas correctivas pueden implantarse? Las conclusiones de la encuesta también corroboran las opiniones de los psicólogos para quienes el desarrollo psicológico de la mujer difiere mucho del de los varones. Hacen falta más investigaciones para resolver los problemas planteados por esta encuesta. |
el futuro, comienzan a pensar en sí mismos. Es un proceso doloroso, lleno de conflictos internos, pues se ven desgarrados entre el deseo de afirmar su personalidad única y el de «ajustarse». Sólo resolviéndolo podrán lograr un sentido integrado del yo.
La teoría de Erikson ha encontrado apoyo en los trabajos de otro psicólogo, James Marcia. De acuerdo con Marcia (1966), Erikson acierta en señalar la existencia de una crisis de identidad del adolescente. Esa crisis surge porque los jóvenes deben hacer compromisos en asuntos tan trascendentes como el empleo, la religión y la orientación política. Por medio de las categorías «crisis» y «compromiso», Marcia distingue cuatro tipos de personalidad del adolescente: 1) adolescentes con la crisis de identidad aplazada, o sea aquellos que no han pasado por una crisis ni se han comprometido en asuntos importantes que les con-ciernen; 2) adolescentes con la crisis de identidad excluida, es decir, los que no han sufrido una crisis pero se han comprometido no por decisión personal, sino por sugerencia de otros; 3) adolescentes con identidad confundida, que buscan sin cesar el significa-do, el compromiso y la autodefinición, llevando por ello una vida de crisis continuas, y 4) adolescentes con crisis de identidad superada, los cuales han experimentado varias crisis, han examinado las posibilidades y eligieron libremente una vocación y tomaron otras decisiones importantes para su vida.
Las categorías anteriores no han de interpretarse con excesiva rigidez. Es posible que un individuo realice la transición de una de ellas a otra y también que una misma persona pertenezca a una categoría respecto al compromiso religioso y a otro en su orientación política o elección vocacional. La principal aportación de Marcia consiste en aclarar las causas y la naturaleza de la crisis de identidad del adolescente.
Crítica contra la teoría de Erikson. Aunque Erikson y Marcia insisten en que todos los adolescentes sufren una crisis de identidad, no todos los psicólogos aceptan este punto de vista. El término «crisis» significa que la adolescencia es un periodo de tensiones casi agobiante. También significa que la transición del adolescente a la madurez exige un rompimiento radical con la experiencia infantil. Como señalamos en páginas anteriores, muchos psicólogos piensan que esta etapa de la vida no está llena de tensiones y más bien constituye una suave transición de una etapa de la vida a la siguiente.
Uno de los motivos por los cuales probablemente Erikson formuló esta teoría es que centró su estudio en los adolescentes con perturbaciones psíquicas que acudían en busca de tratamiento psiquiátrico. Los críticos recalcan lo siguiente: cuando se seleccionan y se estudian aleatoriamente adolescentes que asisten a la es-cuela, no se observan señales de crisis y al parecer pasan sin gran tensión por este periodo (Haan y Day, 1974).
Otros puntos de vista. Los psicólogos y sociólogos que buscan una alternativa a la teoría de Erikson ofrecen otras explicaciones sobre la formación de la identidad del adolescente. Albert Bandura (1964), por ejemplo, comienza suponiendo que la crisis no es el estado normal en la vida del adolescente. Cuando se presenta una crisis —como sucede apenas en el 10% de todos los adolescentes—, generalmente la causa es un cambio de las circunstancias externas y no un factor biológico. Así, un divorcio en la familia o un nuevo grupo de amigos tal vez provoquen la rebeldía y una crisis, pero ningún reloj biológico interno las ocasiona.
En la perspectiva de Bandura, el desarrollo humano es un proceso continuo. En todas sus fases, incluida la adolescencia, los individuos se desarrollan interactuando con otros. Por el hincapié de Bandura en la interacción para entender la adolescencia y los otros estadios del desarrollo humano, generalmente a su enfoque se le llama teoría del desarrollo social (Bandura, 1977).
Margaret Mead, a quien nos referimos con anterioridad, también pone de relieve la importancia que el ambiente social tiene en la formación de la identidad del adolescente. Por ejemplo, basándose en los esludios que realizó en Samoa (1961), llegó a la misma conclusión que Bandura: el desarrollo humano es más bien un proceso continuo que un proceso marcado por una discontinuidad radical. En esa re-mota región del mundo, la comunidad no espera que el adolescente se comporte de una manera diferente a como lo hacía en la niñez ni que actúe como adulto. Ello se debe a que, en Samoa, a los niños se les da mucha responsabilidad. No dejan de ser niños sumisos para convertirse —de la noche a la mañana— en personas dominantes. Mead también señala que en Samoa, como en otras sociedades no industrializa-das, los niños tienen papeles sexuales semejantes a los de los adultos, de modo que para ellos la sexualidad no es una experiencia traumática ni un cambio abrupto. En conclusión, la crisis de identidad no es en absoluto un fenómeno universal.
El desarrollo de la personalidad durante la adolescencia es un fenómeno complejo. Ninguna teoría puede incluir a todos los elementos que intervienen en el proceso. El hincapié de Erikson en la necesidad de alcanzar la identidad personal representa una importante aportación al conocimiento del desarrollo del adolescente. Sin embargo, al concentrarse en la psicología del individuo descuidó la influencia que
la sociedad y la cultura ejercen sobre el joven. Los trabajos de Bandura y Mead vienen a llenar ese hueco. Por tanto, debemos recurrir a todos los puntos de vista si queremos llegar a una perspectiva equilibra-da del cambio de la personalidad y la formación de la identidad.
Sexualidad: actitudes y papeles
Según dijimos en páginas anteriores, la adolescencia se acompaña de la pubertad, periodo en que los individuos logran la madurez sexual. Ocurren cambios físicos y también del comportamiento. La adolescencia es también la época en que el joven adquiere actitudes respecto al sexo y expectativas relativas a su papel sexual.
Actitudes sexuales. Seguramente habrás escucha-do la expresión «revolución sexual», ¿pero realmente ha habido una revolución de este tipo en los últimos diez años? Desde el punto de vista de la conducta humana, la respuesta será «probablemente no». Aun-que las estudiantes de clase media y alta que asisten a la universidad parecen ser más sexualmente activas que hace veinte años, el comportamiento sexual de las otras categorías sociales es prácticamente el mismo de aquella época. Sin embargo, sí ha habido un cambio de actitud. Por ejemplo, la mayor parte de los jóvenes está convencida de que los novios comprometidos formalmente pueden tener relaciones sexuales, opinión que no comparten los adultos en general.
Las actitudes inciden en nuestras ideas sobre el sexo y en nuestra respuesta sexual. En el mundo se observa mucha variación en lo que se dice a los jóvenes acerca del sexo y en la forma en que responden. En algunas sociedades, se mantiene a los niños en absoluta ignorancia respecto a temas sexuales hasta poco antes que se casen; en cambio, en otras se les alienta a que realicen actividad sexual, incluso a que tengan relaciones íntimas, pues se cree que esto favorecerá un desarrollo maduro.
En Estados Unidos, debido al pasado «puritano» de ese país, muchos todavía identifican el sexo con el pecado cuando se realiza fuera del matrimonio y con la misión de la reproducción de la vida. Sin embargo, es un punto de vista que han puesto en tela de juicio quienes ven en el sexo no sólo un medio de perpetuar la especie sino como forma de placer legítimo.
Figura 9.1
Aunque el comportamiento de los adolescentes no ha cambiado de manera importante en los últimos veinte años, sí se observa un cambio importante en sus actitudes sexuales.
En el momento actual, las actitudes de las mujeres hacia problemas sexuales como las relaciones prematrimoniales y la pornografía son más conservadoras que las de los varones, aunque es una brecha más pequeña de lo que originalmente se creía (Zubin y Money, 1973). Se han señalado otras variaciones entre los jóvenes respecto a las actitudes sexuales. Por ejemplo, los adolescentes de más edad son menos conservadores que los más jóvenes; en los últimos años, los más ricos y educados (especialmente las jóvenes) han adoptado actitudes (y conductas) «más liberales» que los de menores ingresos y más bajo nivel escolar. Aunque creemos que actualmente el temor al SIDA está haciendo que la conducta sexual vuelva a ser recatada.
Papeles (roles) sexuales. La identidad y los pape-les sexuales son cosas diferentes, aunque estrecha-mente ligados entre sí. La identidad sexual resulta de la herencia biológica. Así, si uno tiene vagina, será mujer; si tiene pene, será varón. La identidad sexual incluye los rasgos genéticos que hemos heredado y, quizá, podría incluir algunos comportamientos relacionados con el sexo. Un ejemplo notorio de estas conductas es la erección del pene durante la excitación sexual.
Por el contrario, el papel sexual se define en par-te por la estructura genética, pero principalmente por la sociedad donde vive la persona. Es una norma de cómo debe conducirse un individuo con determina-da identidad sexual. Así, en México, se considera a los hombres dominantes («machos»), competitivos y no afectos a manifestar sus emociones; las mujeres se les considera sumisas, cooperativas y emocionalmente sensibles. Se piensa que estos rasgos son adecua-dos para uno y otro sexo.
Los papeles sexuales nos indican cómo hemos de comportarnos, cuál debe ser nuestro aspecto, cómo hemos de pensar y sentir, si queremos que la gente nos catalogue como «varones» o «mujeres» y que también nosotros podamos vernos así. Por ejemplo, antaño muchos calificaban de «poco femeninas» a las mujeres que reparaban las líneas telefónicas. ¿Por qué? Porque no se conformaban a la exigencia tradicional de los papeles sexuales de que la mujer no debía realizar trabajo físico.
Los papeles sexuales varían de una sociedad a otra, pudiendo incluso cambiar con el tiempo dentro de una misma sociedad. Son ellos los que dan significado a la identidad sexual. Pero no todas las sociedades coinciden en los papeles que deben asumir los sexos. En efecto, los antropólogos han observado que algunas
sociedades invierten los que tradicionalmente asignamos al varón y a la mujer, mientras que en otras atribuyen a ambos sexos lo que nosotros podríamos catalogar como papeles «masculinos» o «femeninos». No sólo varían esos papeles en las sociedades, sino que incluso cambian radicalmente en el seno de una misma sociedad, como vemos en nuestro país.
En algunos lugares se aprecian mucho las siguientes cualidades del varón: rudeza, fuerza, independencia, dominio y agresividad, características necesarias para ganar el sustento de la familia. En cambio, se estimula a las mujeres para que sean dóciles, sensibles, dependientes y cariñosas, rasgos adecuados para una mujer dedicada al hogar y a la crianza de los hijos. Estos estereotipos estaban profundamente arraigados en una época en que la división del trabajo era indispensable para la supervivencia. Pero hoy la tecnología moderna y el control de la natalidad han liberado a las mujeres de algunas obligaciones relacionadas con la procreación y la crianza, que realizaban durante gran parte de su existencia. Las divisiones tajantes de los papeles sexuales ya no son necesarias ni apropiadas, sobre todo en la fuerza de trabajo. Van adquiriendo una creciente aceptación los nuevos conceptos de lo que significa ser «varón» o «mujer» y tienden a dar igualdad a ambos sexos.
En parte por la cambiante tecnología y en parte a raíz de la acción antidiscriminatoria y otros movimientos de índole social y política, los jóvenes de hoy tienen un concepto mucho más amplio de lo que es la conducta adecuada de uno y otro sexo. Muchos no sólo aceptan a los hombres que participan física y emocionalmente en el cuidado de los hijos y asumen la responsabilidad de algunos quehaceres domésticos, sino que esperan de ellos este tipo de conducta. Asimismo, en el momento actual muchas mujeres participan en trabajos que, en el pasado, estaban reservados exclusivamente a los hombres. Ahora resultan obsoletos algunos símbolos que servían para distinguir los sexos como «usar pantalones». De manera análoga, muchos símbolos tradicionalmente propios de la mujer —como las secadoras de cabello y los cosméticos— también son usados por los hombres actualmente.
Ante estas normas cambiantes de los papeles sexuales aceptables, la psicóloga Sandra Bem propone que las personas asuman papeles andróginos, es decir papeles que contienen una combinación flexible de características tradicionalmente masculinas y femeninas. Bem inició su investigación preguntándole
a un grupo de estudiantes universitarios qué tan convenientes eran algunas características para el hombre y la mujer. No se sorprendió al descubrir que rasgos como la ambición, la seguridad en sí mismo, la independencia y asertividad eran considerados adecuados para el varón. Se deseaba que la mujer fuera cariñosa, amable, comprensiva y sensible a las necesidades ajenas.
Éstas y otras características se incluyeron después en un cuestionario conocido con el nombre de Inventario Bem de Papeles Sexuales. Bem pidió a un grupo de personas clasificar cada uno de los rasgos aplica-dos a ellos en una escala de uno (nunca o casi nunca verdadero) a siete (siempre o casi siempre verdadero). En uno de los primeros informes (Bem, 1975), describió los resultados obtenidos con cerca de 1 500 estudiantes no graduados de Stanford: cerca del 50% se mantuvo firme en los papeles apropiados (varones masculinos o mujeres femeninas), 15% presentaban características del sexo opuesto (mujeres que se describían a sí mismas con términos tradicionalmente masculinos o varones que marcaban adjetivos femeninos) y 36% eran personas andróginas que marcaban rasgos de ambos sexos al describirse a sí mismas.
En estudios posteriores, Bem observó que los andróginos eran en realidad más flexibles. Las mujeres podían ser más asertivas cuando se necesitaba (también podían serlo los varones tradicionales, no así las mujeres tradicionales). También expresaban ternura, un gran sentido del humor e interés (igual que las mujeres tradicionales, no así los varones tradicionales). En el complejo mundo moderno, afirma Bem, la androginia debería ser el ideal: en él no tiene cabida una división artificial entre «el trabajo de la mujer» y «el mundo de los hombres».
La androginia adquiere cada día mayor aceptación en la cultura moderna. Una consecuencia de este cambio es el siguiente: los adolescentes que van convirtiéndose en adultos disponen de más opciones para definirse en la vida. En algunos aspectos, esta transición a una mayor libertad en los papeles sexuales ha venido a aumentar la responsabilidad personal. No limitados ya por rígidos estereotipos sexuales, los jóvenes se ven en la necesidad de definirse con base en sus talentos, temperamento y valores. Por otra parte, no todos los miembros de la cultura aceptan los pa-peles sexuales más andróginos. En especial las personas mayores siguen definiéndose a sí mismos y a los demás a partir de concepciones más tradicionales y rígidas de los papeles sexuales.
DESARROLLO SOCIAL
El desarrollo del adolescente presenta múltiples fa-cetas. Además del desarrollo personal que acabamos de describir, el adolescente también experimenta cambios en sus relaciones sociales. En la frontera entre la niñez y la edad adulta, debe encontrar un nuevo papel en la familia, papel para el cual no siempre están preparados sus padres. También necesita adaptarse a nuevas, y a menudo más intensas, relaciones con las personas de su misma edad (coetáneos). La in-fluencia de la familia y de los coetáneos en el desarrollo del adolescente ha sido objeto de tan abundantes investigaciones, que bien vale la pena reseñar brevemente aquí.
La familia
Una de las principales funciones del desarrollo del adolescente es independizarse de su familia. Por des-gracia, los medios de lograr este estatus no siempre son claros para él o para sus padres. Ante todo, uno y otros albergan sentimientos ambivalentes. Algunos padres de familia se han formado sus estilos de vida en torno a la familia y no quieren que el niño se des-ligue de ellos. Saben que no tardará en encontrar otra persona que será el centro de su dependencia emocional. Por lo demás, los padres cuyos hijos ya tienen suficiente edad para abandonar el hogar paterno deben luchar algunas veces con sus propios temores ante el envejecimiento. A muchos padres les preocupa no saber si sus hijos realmente están listos para afrontar las duras realidades de la vida y lo mismo
les sucede a los jóvenes. Al mismo tiempo que los jóvenes desean independizarse y afrontar solos el mundo, les inquieta la idea de fracasar en su intento. A menudo esa lucha interna se refleja en un comportamiento impredecible, que los padres interpretarán como «la rebeldía del adolescente». Contra este trasfondo de incertidumbre, que es casi universal, hay varios estilos de familia que favorecen la autonomía; y otros que no la favorecen, como se verá a continuación.
La forma en que los adolescentes buscan la indepedencia y la facilidad con que resuelven los conflictos relacionados con convertirse en adultos dependen, en gran medida, de la relación entre padre e hijo.
En las familias autoritarias los padres son los «jefes». No se creen obligados a explicar sus acciones o exigencias. De hecho, piensan que los hijos no tienen derecho a cuestionar sus decisiones.
En las familias democráticas los adolescentes participan en las decisiones que afectan a su vida. Se dan muchas discusiones y negociaciones. Los padres escuchan los motivos por los cuales sus hijos quieren ir a alguna parte o hacer determinada cosa, procurando explicarles las reglas y sus expectativas. Los adolescentes toman muchas decisiones por su cuenta, pero los padres se reservan el derecho de vetar los planes que desaprueban.
En las familias permisivas o de tipo laissez-faire (dejar hacer) los hijos tienen la última palabra. Los padres pueden tratar de orientarlos, pero ceden si los hijos insisten en su decisión. O bien simplemente abdican a sus responsabilidades de criar a los hijos: no establecen reglas de conducta, no imponen demandas, no externan expectativas y prácticamente ignoran a los adolescentes que viven en casa.
RESUMEN
- La actitud de los adultos hacia los jóvenes es muy variable. Algunos los admiran y hasta los idealizan; otros se sienten celosos o amenazados por ellos. Una causa de las actitudes negativas consiste en que algunas veces las generaciones tienen distintas ideas de la moral.
- Los adolescentes tienden a considerarse como los ven los adultos con quienes interactúan.
- El estudio de la adolescencia se caracteriza por dos grandes enfoques o perspectivas teóricas: la teoría de «crisis y tensiones» y lo que podríamos denominar teoría del «crecimiento continuo». Según la primera, la adolescencia es un periodo muy turbulento del desarrollo en la cual se da una ruptura con la niñez; en cambio, la segunda establece que es una transición bastante serena de la niñez a la edad adulta.
- Durante la adolescencia hay ciertas funciones o procesos que los jóvenes deben dominar y que son peculiares de esta etapa de la vida. Los estudios han demostrado que la mayor parte de ellos lo logra.
- Además de los procesos del desarrollo que el adolescente ha de dominar, también tiene que experimentar, aceptar y afrontar los cambios tan radicales de carácter físico, psíquico, emocional, social y, en algunos casos, de identidad que comienzan en la pubertad y que continúan prácticamente a lo largo de la adolescencia.
- La reacción del adolescente ante el crecimiento tiende a ser muy idiosincrásica (peculiar), lo mismo que el ritmo y el patrón del crecimiento. Las definiciones culturales del tipo ideal de cuerpo inciden en su autoimagen y esto, a su vez, en su éxito futuro.
- Durante la adolescencia se adquiere la capacidad de realizar lo que Piaget llama pensamiento basado en operaciones formales. Si bien se dan diferencias individuales, culturales y de dase, muchos adolescentes están en condiciones de entender lo hipotético y los principios abstractos.
- Gracias a la madurez de sus procesos mentales, el adolescente posee un pensamiento moral maduro: formula principios basándose en la capacidad de contemplar las cosas desde el punto de vista de los demás.
- Los cambios de personalidad que experimenta el adolescente se relacionan con la formación de la identidad personal. Según Erikson, los jóvenes al canzan su identidad pasando por una serie de crisis; pero otros sostienen que tales crisis son raras y que las influencias sociales tienen una importancia decisiva en el moldeamiento de la identidad.
- Las actitudes sexuales del adolescente moderno son distintas a las de las generaciones pasadas. La rigurosa división de los papeles sexuales tradicionales, que en gran parte se aprenden, se encuentra en vías de desaparición.
CAPÍTULO 9 / ADOLESCENCIA
PREGUNTAS DE REPASO
- ¿Cuáles son los dos puntos de vista de los adultos acerca de los adolescentes?
- Menciona cuatro causas que expliquen por qué algunos adultos tienen una idea negativa de los adolescentes.
- Resume brevemente la teoría de Stanley Hall sobre la adolescencia. ¿La apoya la investigación efectuada por Margaret Mead?
- ¿Tienen una imagen más positiva de sí mismos los varones de maduración temprana que los de maduración tardía? ¿Se observa la misma diferencia entre las mujeres? ¿Por qué el crecimiento físico afecta a la opinión que las personas tienen de sí mismas?
- ¿Qué entiende Piaget por «pensamiento basado en las operaciones formales»? ¿De qué manera este cambio de la capacidad cognitiva afecta a un adolescente?
- De acuerdo con Kohlberg, ¿cuáles son las etapas quinta y sexta del desarrollo moral? ¿Qué otro cambio se necesita para que una persona alcance estas etapas avanzadas del desarrollo moral?
- Con base en el concepto de la crisis de identidad propuesto por Erikson, ¿cuáles son los cuatro ti-pos de personalidad presentados por Marcia? Según Bandura, ¿qué porcentaje de los adolescentes pasa por una crisis de identidad y a qué se debe ésta?
- ¿En qué se distinguen el papel y la identidad sexuales? Cuando Sandra Bem se refiere a la androginia, ¿está hablando de papel o de identidad sexual?
- ¿Cuáles son los tres tipos de patrones de la interacción familiar? ¿Qué estilo utilizaría si quisiera que sus hijos fueran independientes y tuvieran seguridad en sus decisiones personales?