LAS CONDICIONES IDEOLÓGICAS SON NECESARIAS PARA QUE EL INDIVIDUO SEA EL CENTRO DEL DEBATE
Los movimientos radicales empezaron a hacer frente al papel del individuo en la historia, desde el momento que la psicología se constituye formalmente como disciplina, a finales del siglo XIX1.
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IAN PARKER
Por aquel entonces, los marxistas y anarquistas ya debatían acerca del «liderazgo» revolucionario y hasta qué punto un individuo, por tenaz que fuese, sería capaz de cambiar el curso de la historia. El dilema ya se demarcaba a medio camino entre la política y la psicología: ¿debería conceptualizarse el liderazgo como una actividad democrática para generar, desde la vanguardia de la lucha social, foros y organizaciones en los que decidir colectivamente el curso de la acción política? O, por el contrario, ¿debería restringirse a grupos secretos e individuos carismáticos aptos para dilucidar las causas reales de la opresión e instruir a las masas para que ellas mismas consigan liberarse?2.
Por una parte, era concebible que la clase trabajadora desarrollara una conciencia revolucionaria debido a las condiciones económicas paupérrimas en las que vivía y a la experiencia compartida en las fábricas. Por otra, pudiera parecer que la teoría de la sociedad capitalista y sus frágiles vínculos con la realidad social tuvieran que estar a cargo de personas alejadas de las clases trabajadoras, capacitadas para el trabajo intelectual, para que, una vez elaborada, fuese contrastada con los propios trabajadores. Mientras que un sector anarquista recurrió a individuos recios y capaces, los marxistas optaron por un partido fuerte3.