b- Terapia de “choque”:
Ciertamente que este título, sobre todo en cuanto al término choque, puede generar desconfianza, sin embargo, dejando de lado la aprensión que puede generar la palabra, trataremos de develar lo que queremos decir con ello. El choque del que hablamos, en el caso del egocéntrico, se refiere al modo como el paciente alcanza a conocer su condición de egocéntrico. En este tipo de problemas la experiencia nos muestra que un conocimiento eficaz de la condición de egocéntrico no se alcanza gradualmente, como puede ser la formación de un hábito, muy por el contrario, cuando se comienza a tener una verdadera noticia de la calidad de egocéntrico que la persona se encuentra, y decimos verdadera porque mueve a modificar tal situación, ese conocimiento de sí acontece casi como una revelación. Como alguien que descubre que había creído que era libre pero que en realidad todo el tiempo estuvo preso. Recuerdo una mujer que me decía: “lo que usted me acaba de decir me hace comprender que tengo que modificar 36 años de conducta errada y de engaño respecto de mi misma”, aquí podemos descubrir sin ninguna dificultad el peso de shock que estas palabras tienen en una persona que reconoce que vivió toda la vida engañada respecto de sí misma. Recojo otro testimonio de un caso de una mujer homosexual potenciado a causa de un fuerte egocentrismo infantil: “Ella era enfermera y se enamoraba frecuentemente de mujeres mayores que ella (‘me preocupaba por completo, era como una nube que me rodeaba’) y una vez intentó suicidarse después de un fracaso amoroso (nunca practicó contactos homosexuales). La mujer se sentía completamente perdida y deseaba librarse por completo de sus obsesiones. Quizá esa depresión dolorosa le prepara a uno para el cambio, ya que no se puede ir a peor. En este estado mental, ella encontró a un sacerdote comprensivo y realista, que escuchaba atentamente sus quejas, pero que también le hacía observaciones punzantes. Después de hablar con él, volvía confundida, com si me hubiera lavado el cerebro. Pero una vez me dijo algo que jamás olvidaré: ‘Niña, no has madurado, es como si tuvieras dieciséis años’. ‘Esa misma noche en mi habitación, a las 21,30, de improviso lo entendí todo’. Ella identifica claramente el momento del ‘cambio’, las 21,30: se ve como una niña, y como tal ha sentido y se ha comportado. El sacerdote le abrió los ojos haciéndole ver su ‘niña interior’ y así reconoció su inmadurez. En ese mismo instante empezó su proceso de curación”[1].
Aquí tenemos varias observaciones interesantes para hacer, en primer lugar encuentra una persona distinta de ella misma capaz de hacerle observaciones agudas sobre su conducta, el efecto de esas observaciones es tan profundo que siente como si “le hubieran lavado el cerebro”. Es el comienzo del descubrimiento de una nueva dimensión, se comienza a descubrir que en realidad el mundo no gira en torno de ella, sino que es ella misma quien debe adecuarse al mundo. Hasta que se llega al eje más profundo del cambio de visión, gracias a las palabras de ese sacerdote descubre que toda su vida se ha comportado como una niña, y el descubrimiento es tan intenso, tan al modo de descubrir algo absolutamente nuevo, un mundo nuevo que se presenta como una puerta de escape de la cárcel en que ha vivido, que recuerda perfectamente hasta la hora exacta en que se dio ese descubrimiento. Finalmente ese descubrimiento de todo lo que tiene de errado en su vida no la hunde más, sino que muy por el contrario, la llena de esperanza de modo que reconoce que ese es el punto de partida de su curación. Otro testimonio del mismo género, un joven homosexual, que recibe un shock del reconocimiento de su condición de egocéntrico, causado este shock por motivos religiosos: “Una conversación con un cristiano que reconocía haber sido homosexual durante muchos años, pero que se sentía libertado de sus obsesiones, le hizo darse cuenta de que su estilo de vida, la relación con su amigo, era un todo pecaminoso. ‘Parecía como si en ese instante hubiera una gran luz en al habitación, una luz capaz de hacer desaparecer la oscuridad de mi vida’”[2].Otra vez tenemos casi el mismo efecto, como si una luz poderosísima de un orden o dimensión distinta iluminase la vida de la persona para descubrir lo errado de las actitudes de esa persona, en este caso, desde el punto de vista religioso, el egoísmo de la situación actual de la vida de ese joven es visto como algo pecaminoso.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.