Queremos insistir entonces en que los trastornos del sentimiento de identidad se presentan no sólo como consecuencia de los conflictos internos del individuo, sino como producto de sus relaciones conflictivas con los seres del mundo que lo rodea y de los estímulos patógenos que inciden sobre él. En los últimos tiempos, importantes investigaciones marcaron la influencia preponderante ejercida por el ambiente de la familia en el origen y agravación de la enfermedad mental del individuo. El paciente neurótico o psicótico suele ser el depositario de las ansiedades y culpas persecutorias de su grupo familiar.
Un valioso estudio realizado por un equipo de investigadores (2) demostró la influencia nociva del tipo de comunicación denominada de «doble vínculo» (comunicación falseada con incongruencia de los metamensajes) entre los miembros de la familia del esquizofrénico, que contribuye a la génesis de su trastorno. El niño sometido a esa relación de «doble vínculo» con sus padres, se encuentra en una situación paradójica cuando se lo obliga a responder a dos tipos de actitudes parentales que son incompatibles entre sí. Por ejemplo, se le exige que afirme su personalidad y al mismo tiempo se le impone obediencia absoluta. Este tipo de conducta familiar, llena de incongruencias, determina que el niño «busque una salida» en la enfermedad con el inevitable colapso de su sentimiento de identidad.
Muchos de los niños delincuentes o psicópatas provienen de hogares en que fueron sometidos a reiteradas experiencias de abandono y maltrato por parte de sus padres. Su conducta antisocial es una forma de venganza y de ataque contra una sociedad que con sus incongruencias ha gravitado en el desencadenamiento de la enfermedad familiar y de la propia.
Al examinar el problema de la identidad no podemos separar la crisis de identidad de la vida individual y las crisis contemporáneas en el desarrollo social, porque unas y otras contribuyen a definirse recíprocamente (5) .