Acabo de leer divertido este cuento sacado de Cuaderno de Navegación, de mi norte estético en prosa española que es Leopoldo Marechal. El libro me lo regaló un amigo, que sigue siendo amigo a pesar de mi histórico latrocinio a sus bibliotecas, gracias amigo por tu paciencia a mi comunismo bibliófilo. Pero, bueno, este libro fue un regalo, no un robo. Lo abro hoy por primera vez, evadiendo mis obligaciones, harto de estudiar o trabajar y me encuentro este cuento que es la perfecta continuación y conclusión del debate entre la experiencia y la abstracción. En realidad no es la perfecta conclusión, pues hay mucho para decir desde el punto de vista especulativo respecto de qué es la experiencia, hay tanto para decir que en cierta medida me arrepentí de haber puesto el anterior post, ya que me dí cuenta que daba para un libro de tres tomos el tema. Pero bueno, el cuento está divertido, y quise compartirlo con ustedes, aunque no esté dispuesto a llevar el tema a un nivel super especulativo. Además está ambientado, pardojicamente, en un estilo oriental-antiintelectual, lo cual lo hace más ocurrente. Disfrútenlo.
Primer apólogo Chino – Leopoldo Marechal
-Señor, “primero vivir y luego filosofar”
-¿Está seguro? – le pregunté, mirándolo a los ojos.
-Tan seguro – me respondió él – como que está escrito en lengua latina: Primun vivere, deiende philosophari.
Tras admirarlo en su candidez extrema, le pregunte:
-¿A Su Excelencia le gustan los apólogos chinos?
Ciertamente, dado su natural pedagógico, a Su Excelencia lo extasiaban los apólogos, chinos o no. Visto lo cual referí lo siguiente:
El maestro Chuang tenia un discípulo llamado Tseyu el cual, sin abandonar sus estudios filosóficos, trabajaba como tenedor de libros en una manufactura de porcelanas.
Una vez Tseyu le dijo a Chuang:
-Maestro, has de saber que mi patrón acaba de reprocharme, no sin acritud, las horas que pierdo, según él, en abstracciones filosóficas. Y me ha dicho una sentencia que ha turbado mi entendimiento.
-¿Qué sentencia? – le pregunto Chuang.
-Que primero es vivir y luego filosofar – contestó Tseyu con aire devoto – ¿Qué te parece, maestro?
Sin decir una sola palabra, el maestro Chuang le dio a Tseyu en la mejilla derecha un bofetón enérgico y a la vez desapasionado; tras de lo cual tomó una regadera y se fue a regar un duraznero suyo que a la sazón estaba lleno de flores primaverales.
El discípulo Tseyu, lejos de resentirse, entendió que aquella bofetada tenia un picante valor didáctico. Por lo cual, en los días que siguieron, se dedico a recabar otras opiniones acerca del aforismo que tanto lo preocupaba. Resolvió entonces prescindir de los comerciantes y manufactureros (gentes de pragmatismo tan visible como sospechoso), y acudió a los funcionarios de la Administración Pública, hombres vestidos de prudencia y calzados de sensatez. Y todos ellos, desde el Primer Secretario hasta los oficiales de tercera, convenían en sostener que primero era vivir y luego filosofar. Ya bastante seguro, Tseyu volvió a Chuang y le dijo:
-Maestro, durante un mes he consultado nuestro asunto con hombres de gran experiencia. Y todos están de acuerdo con el aforismo de mi patrón. ¿Qué me dices ahora?
Meditativo y justo, Chuang le dio una bofetada en la mejilla izquierda; y se fue a estudiar su duraznero, que ya tenia hojas verdes y frutas en agraz.
Entonces el abofeteado Tseyu entendió que la Administración Pública era un batracio muy engañoso. Advertido lo cual resolvió levantar la puntería de sus consultas y apelar a la ciencia de los magistrados judiciales, de los médicos psiquiatras, de los astrofísicos, de los generales en actividad y de los más ostentosos representantes de la Curia. Y afirmaron todos, bajo palabra de honor, que primero había que vivir y luego filosofar, si quedaba tiempo. Con muchísimo ánimo, Tseyu visito a Chuang y le habló así:
-Maestro, acabo de agotar la jerarquía de los intelectos humanos; y todos juran que la sentencia de mi patrón es tan exacta como útil. ¿Qué debo hacer?.
Dulce y meticuloso, Chuang hizo girar a su discípulo de tal modo que le presentase la región dorsal. Y luego, con geométrica actitud, le ubico un puntapié didascálico entre las dos nalgas. Hecho lo cual, y acercándose al duraznero, se puso a librar sus frutas de las hojas excesivas que no dejaban pasar los rayos del sol. Tseyu, que había caído de bruces pensó, con el rostro en la hierba, que aquel puntapié matemático no era otra cosa, en el fondo, que un llamado a la razón pura. Se incorporó entonces, dedicó a Chuang una reverencia y se alejó con el pensamiento fijo en la tarea que debía cumplir.
En realidad a Tseyu no le faltaba tiempo: su jefe lo había despedido tres días antes por negligencias reiteradas, y Tseyu conocía por fin el verdadero gusto de la libertad. Como un atleta del raciocinio ayunó tres días y tres noches; limpió cuidadosamente su tubo intestinal; y no bien rayó el alba, se dirigió a las afueras, con los pies calientes y el occipital fresco, tal como lo requiere la preceptiva de la meditación.
Tseyu estableció su cuartel general en la cabaña de un eremita ya difunto que se había distinguido por su conocimiento del Tao: frente a la cabaña, en una plazuela natural que bordeaban perales y ciruelos, Tseyu trazó un circulo de ocho varas de diámetro y se ubicó en el centro, bien sentado a la chinesca. Defendido ya de las posibles irrupciones terrestres, no dejó de temer, en este punto, las interferencias del orden psíquico, tan hostiles a una verdadera concentración. Por lo cual en la órbita de su pensamiento, dibujó también un círculo riguroso dentro del cual sólo cabía la sentencia: “Primero vivir, luego filosofar”.
Una semana permaneció Tseyu encerrado en su doble círculo. Al promediar el último día, se incorporó al fin: hizo diez flexiones de tronco para desentumecerse y diez flexiones de cerebro para desconcentrarse. Tranquilo bajo un mediodía que lo arponeaba de sol, Tseyu se dirigió a la casa de Chuang, y tras una reverencia le dijo:
-Maestro, he reflexionado.
-¿En qué has reflexionado?- le pregunto Chuang.
-En aquella sentencia de mi ex-patrón. Estaba yo en el centro del círculo y me pregunté: “¿Desde su comienzo hasta su fin no es la vida humana un accionar constante?” Y me respondí: “En efecto, la vida es un accionar constante”. Me pregunté de nuevo: “¿Todo accionar del hombre no debe responder a un Fin inteligente, necesario y bueno?” Y me respondí a mí mismo: “Tseyu, dices muy bien” Y volví a preguntarme “¿Cuándo se ha de meditar ese Fin, antes o después de la acción?” Y mi respuesta fue: “ANTES de la acción; porque una acción libre de toda ley inteligente que la preceda va sin gobierno y solo cuaja en estupidez o locura”. Maestro, en este punto de mi teorema me dije yo: “Entonces, primero filosofar y luego vivir.”
Tseyu no aventuró otro sonido. Antes bien, con los ojos en el suelo, aguardó la respuesta de Chuang, ignorando aun si tomaría la forma de un puntapié o de una bofetada. Pero Chuang, cuyo rostro de yeso nada traducía, se dirigió a su duraznero; arrancó el durazno más hermoso y lo depositó en la mano temblante de su discípulo.Tal es el apólogo que le referí al Ministro X.
-No lo conocía – me dijo – ¿En que selección china figura esa historia?
-En ninguna – le respondí -: acabo de inventarla.
El Ministro X me hizo llegar sus felicitaciones;
y ordenó, bajo cuerda, mi primer “descenso” en el escalafón administrativo.
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.
A la luz del planteo general me parece una antinomia tonta; como contraponer entrenamiento a combate, siendo estos necesariamente correlativos.
«porque una acción libre de toda ley inteligente que la preceda va sin gobierno y solo cuaja en estupidez o locura».
Por lo menos así me parece a mí.
¿Y cuando uno hace cosas que ‘necesita hacer’, que se ve arrastrado a hacer, y no sabe por qué y sólo después de mucho tiempo entiende el sentido de tal acción en su vida?
Hay cuestiones inmediatas e instintivas; y otras inmediatas que por su misma premura me imponen un mínimo de cálculo. Si me agreden con peligro de muerte no me voy a andar con reflexiones: me defiendo y listo. Aunque en el caso de quienes saben defenderse, sale a la luz, sin reflexión alguna, todo lo que se estuvo entrenando y aprendiendo en un proceso de aplicación instintiva ayudada por los hábitos de ejercicio.
En el caso de decisiones no tan instintivas pero sí inmediatas, no es de descontar también que el substrato de lo aprendido, de lo reflexionado, de lo leído y de lo vivido anteriormente, determinen o por lo menos orienten para hacer o dejar de hacer tal o cual cosa.
No sé si me explico o terminé de obscurecer 😛
Sí, está bien lo que explicás. Pero yo me refiero a cosas que hacemos sin entender, y que probablemente las estructuras aprendidas hasta ese momento no pueden justificarlas, por el contrario, van en contra de ellas. Sin embargo las «actuamos», no diría instintivamente, porque no tiene que ver con el instinto, sino con un núcleo más interno de nuestra libertad oprimido por esas estructuras. Tampoco diría que las «actuamos» pulsionalmente (aunque sería más aproximado), porque la pulsión connota una acción no libre. Simplemente diría que las actuamos «liberadoramente» y esa misma actuación, después de largo andar y mucho tiempo, termina generando una cosmovisión que es un salto de paradigma respecto de la visión primigenia.
Lo lamento, pero mis genes gallegos me limitan para las generalidades. Dame materia concreta para poder entender algo.
Ja, Ja, es demasiado autoreferencial, pienso un ejemplo y lo pongo.
Dejemos lo autoreferencial un momento, vamos al punto de partida de la moral, y pongámoslo de este modo (las negrillas son totalmente intencionales) ¿sentimos remordimiento porque «sabemos» que hicimos mal o «aprendimos» que hicimos mal porque sentimos remordimiento?
Jajajaja!! Buenísimo, nunca antes vi a alguien que zafara de un jaque cambiando el Ajedrez por el Estanciero, pero bueno, vamos a este juego también.
No veo fácil delimitar los dos momentos y separarlos en estado químicamente puro. Por lo menos desde mi propia experiencia, ha habido casos en que se ha dado de una manera, y casos en que se ha dado de otra.
En el primer caso se ha dado aquello que dice San Pablo, de hacer el mal que no quiero y no poder hacer el bien que quiero. Llamalo pecado, debilidad, mediocridad, cobardía, falta de voluntad. Cualquiera de los nombres es válido. Lo cierto es que me ha pasado de cometer pecados a sabiendas y luego sentir remordimiento y/o culpa. Sentimiento que considero por demás necesario y realista, porque te sitúa y te ayuda a «hacerte cargo» tomando real consciencia de la macana cometida. Peeeero, en tanto y en cuanto sea UNA instancia hacia la reparación del mal realizado, y no una condición permanente de lloriqueo culposo.
Pero a veces pasa que uno, por una conciencia laxa, por una moral de mercaderes, o por las propias trampas justificatorias que se hace, vive alegremente pensando que el mundo y el prójimo son afortunados de tenernos cerca; hasta que un día te das cuenta que tan alegremente como siempre heriste a alguien o arruinaste algo, y entonces caés en la cuenta que te estabas mandando una macana ahí donde pensabas que brillabas por tus virtudes. Y entonces tu consciencia se amplía, o se hace más fina (como quieras verlo), pero recién a partir del momento en que experimentás lo miserable que podés ser.
Pero, a ver, me parece que detrás de todo esto está o no está el sano ejercicio de llamar las cosas por su nombre, y no sólo las de los demás (en lo cual uno se vuelve experto) sino también las de uno mismo. Llamar «cagada» a cuando uno se manda una cagada; llamar «mentira» a cuando uno miente; llamar «mediocridad» a cuando uno es mediocre; y no andar tratando de justificarlo porque uno persigue bienes más altos o porque uno «siente» íntimamente que debe hacer tal o cual cosa; porque a veces lo que uno siente íntimamente es el llamado de las hormonas, del miedo, de la soberbia, o de la simple y vulgar tozudez, y se cree que porque viene «desde adentro», es lo más auténtico del mundo. Los vicios también son auténticos, y no por eso son buenos.
En ese sentido, opto por sistema «sandwich», o sea, filosofar antes y después de vivir las cosas. Antes para ver dónde va a dar uno el próximo paso, y después, para ver si fue el paso correcto. Y admitir y ver de frente las consecuencias.
Sos gallego nomás, yo hago denodados esfuerzos por zafar, elevándome al orden especulativo más puro y al punto de partida mismo de la moral y vos me bajás a fuerza de hondazos casuísticos, parecemos lo tres chiflados, vos sos el pelado, a mi ya me salió algo… Vos Larry, yo Curly, esperemos, seguro aparece Moe…
Ciertamente que las dos cosas se dan en nuestro sistema moral ya constituido. Y que ambas se retroalimentan mutuamente. Mi pregunta es que es primero, el huevo o la gallina, dicho más pomposamente, cual es el emergente fundante de todo acto moral. El «conocimiento del bien» «o la connaturalidad (y posterior satisfacción) de la voluntad frente al acto bueno a realizar.
Esperemos que Moe ponga orden…
Ejemplo de más arriba para que no digas que safé, supongamos alguien captado por una secta y de golpe se escapa, casi en contra de todo lo aprendido y hasta sintiéndose culpable, pero con el tiempo aprende que es lo mejor que podría haber hecho…
Ja ja, me gustó el cuentito! y me hace acordar a otro de Landriscina., Uno de un americano que se encuentra con un santiagueño que está muy echado al sol, cuidando a reojo un rebañito de 5 cabras u ovejas y en donde el yanqui empieza a preguntarle porque no se pone a hacer algo, porque no se pone a producir, a comerciar. El santiagueño, con bastante modorra se pone a preguntar “¿y paaara que?”, a lo que el yanqui, sorprendido le explica toooda una cadena de actividades y se va entusiasmando cada vez más., Pero el santiagueño sigue preguntando “ ¿y paaara que?”… Al final, el yanqui remata “ Y para que puedas sentarte, reposar y descansar!., ¿ y queees lo que estooy hacieeendo? je – responde el santiagueño.
Obvio que Landriscina le pone mucha más honda que yo al cuento, pero me acorde de eso porque en la cuestión de que si está primero filosofar o vivir, me parece que muy frecuentemente se confunde vivir, e intensidad en el vivir con el estar en movimiento, con el producir y ser útil a tal o cual fin, para que luego de alcanzado solo sirva de trampolín a otra cadena de actividad. Yo creo que en eso se olvida y se desconoce que en el reposo, en la permanencia y en lo llanamente inútil puede haber mucha más intensidad de vivir que en el frenesí del movimiento, de la actividad y de lo productivo y que es en ese reposo en donde verdaderamente se sabe (es connatural) que algo fue productivo, precisa y paradójicamente porque importa no en función de lo que produjo, sino porque…al menos, no fue un obstáculo para poder reposar!. Yo creo que ya con eso es bastante como para sentirme satisfecho (tenerlo por bueno). A ver… desde lo casuístico y autorreferencial esto es, o puede ser no sé, simplemente el hecho de que si después de un día de trabajo en el que gane o perdí plata, o de estudio, o lo que fuese., Lo más importante del día son los 10, los 15 o los minutos que sean en que se me permite reposar, sin que me importe un bledo lo bien o lo mal que me fue o mejor dicho, siendo tanto lo bueno como lo malo parte integrante aunque secundaría de mi reposo, de mi descanso y la prueba tangible de mi inutilidad… bue, en ese caso es que me puedo dar por satisfecho – de hecho, ahí me siento satisfecho-. Caso contrario, algo debe andar mal aunque me haya ido bien. Capaz que con la casuística la embarre más, pero bue, así me salió.
Respecto a la cuestión, creo que un poco engorrosa de que está primero, si el huevo o la gallina?. Yss La verdad que no sé, soy de Boca y eso me quita un poco de objetividad, además no me da como para ponerme a charlarlo. Igual en lo personal soy de la idea de que hay que desconfiar, o mejor dicho… no fiarse tanto de lo que sabemos, por lo menos de vez en cuando. Por otro lado tampoco me agradan las personas que se toman demasiado en serio sus “saberes”, al punto tal que se creen que son aquello que saben.
Estimado. Fenomenal reflexión sobre don Leopoldo. Usted tiene a mano Cuadrnos de navegacion? Tengo idea de que los apologos chinos son 3.
Saludos