Fue el libro «El himno de batalla de la madre tigre» el que desató la polémica. Se trata de una autobiografía de Amy Chua, una madre china de 46 años, en la que narra la estricta modalidad con la que crió a sus hijas, planteando así una contraposición entre la rigurosa crianza oriental y las propuestas modernas (y más laxas) que predominan en este lado del mundo.
Las madres tigresas es el término con el que se denomina al estilo de crianza que tiene como objetivo fundamental optimizar y maximizar las potencialidades que los niños poseen, considerando que lo más importante es que alcancen su máximo nivel en logros y sean realmente exitosos en la vida, según el contexto social. «Este estilo de crianza con el que los padres y madres asiáticas deciden educar a sus hijos es estricto y rígido, con el objetivo de lograr el éxito en la vida, se sacrifica y antepone todo lo demás que impida llegar al camino deseado. Alcanzar el grado de perfección es la exigencia de estos padres hacia sus hijos a cambio de su amor, lo que influye directamente en la autoestima de los niños», planteala Lic. RosinaDuarte, coordinadora del Primer Programa Argentino de Formación en Primera Infancia y Crianza.
Pero, ¿cuál es la mejor opción para nuestros hijos? «Quizás ambos modelos se encuentren en extremos y transitar el camino del centro nos ayude a poder enriquecernos de ambos: incentivar la exigencia, la responsabilidad y la disciplina pero también tener en cuenta la libertad, la recreación, la colaboración y la importancia de valores como la amistad», proponela Lic. FlorenciaTorzillo Álvarez, del Instituto lnepa.
Según plantea la especialista, es difícil adaptar un modelo de una cultura tan diferente a la nuestra, ya que lo que se valora como forma de educar se vincula a la manera de pensar de una sociedad y a su cultura. Aun así, aconseja: «Es importante ser flexible y poder adaptar algunas cosas que sean positivas y que puedan ser aplicables a nuestra mentalidad y a nuestra cultura».
Por su parte, Duarte propone: «El esfuerzo, el sacrificio y la constancia son, en cierta medida, muy necesarios para una crianza adecuada y exitosa, pero es preciso también priorizar el bienestar y las necesidades del niño respetando la subjetividad e individualidad de cada uno, para criar chicos exitosos y también felices».
Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.