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Allan y Barbara Pease

Quería publicar partes de este libro de Allan y Barbara Pease, que si bien tiene muchos enfoques criticables (entiéndase leer con espíritu crítico, bah, como en realidad debe leerse todo…), conserva un núcleo de ideas muy interesantes sobre la diferencia constitucional en el modo de ser de hombres y mujeres. Es decir que tenemos un modo de reaccionar distinto frente a muchísimas cosas en razón de una diversidad que parte desde lo físico y termina en lo psicológico. Es muy importante y útil conocer estas diferencias, ayuda muchísimo para comprender el sexo opuesto. De cualquier lado que se esté.

Los hombres y las mujeres son diferentes. Eso no significa que unos sean mejores que otros, sino que sencillamente son diferentes. Una de las pocas cosas que tienen en común es que ambos pertenecen a la misma especie, pero viven en mundos diferentes, con diferentes valo­res que corresponden a normas divergentes. Todo el mundo lo sabe, pero son muy pocos, sobre todo cuando se trata de hombres, los que están dispuestos a aceptarlo. Sin embargo, la verdad está a la vista y basta con observar las evidencias. En los países occidentales, alrededor del 50% de los matrimonios terminan en divorcio y la mayoría de las relaciones que se consideran serias terminan al poco de establecerse como tales. Independientemente de la cultura, religión o raza a la que pertenezcan, todos los hombres y las mujeres rebaten la opinión, la actitud y las creencias de su pareja.
ALGUNAS DIFERENCIAS RESULTAN OBVIAS

cola de mujeres para el baño

Cuando un hombre va al aseo suele ir por una única razón, mientras que las mujeres utilizan los lavabos como salas sociales y habitaciones terapéuticas. Es absolutamente verosímil que dos mujeres entren en un lavabo siendo totalmente desconocidas y salgan siendo amigas ínti­mas y de por vida. Por el contrario, y en el caso de los hombres, la gente sospecharía si uno gritara a otro: «Hey, Frank, voy al lavabo, ¿quieres venir conmigo?».

Los hombres se apoderan del mando a distancia del televisor y les encanta cambiar de canal mientras que a las mujeres les suele dar igual ver los anuncios publicitarios. Cuando están sometidos a una gran pre­sión, los hombres beben alcohol e invaden otros países mientras que las mujeres prefieren comer chocolate e ir de compras.
Las mujeres critican a los hombres por ser insensibles y descuida-dos, por no escuchar, por no ser afectuosos y compasivos, por no co­municarse, por no expresarles todo el amor que ellas necesitan, por no comprometerse en las relaciones, por preferir el sexo a hacer el amor y por dejar la tapa del inodoro levantada.

Los hombres critican a las mujeres por su forma de conducir, por no entender las guías, por mirar los mapas al revés, por su falta del sentido de la orientación, por hablar demasiado sin ir al grano, por no tomar la iniciativa en el sexo más a menudo y por dejar bajada la tapa del inodoro. Parece que los hombres nunca son capaces de encontrar nada, pero siempre tienen ordenados los compact-discs alfabéticamente. Las mujeres siempre se las apañan para encontrar el juego de llaves que se había extraviado, pero nunca encuentran el camino más corto para ir a un destino. Los hombres se creen el sexo más sensato. Las mujeres saben que lo son.
¿Cuántos hombres se necesitan para cambiar
un rollo de papel de water?

No se sabe porque nunca se ha dado el caso.
Los hombres se quedan maravillados de la capacidad de las mujeres para entrar en una sala llena de gente y poder hacer inmediatamente un comentario sobre cada uno de los presentes. Por su parte, las mujeres no pueden creerse que los hombres puedan ser tan poco observadores. Los hombres se quedan asombrados de que una mujer no sea capaz de ver la luz roja intermitente del aceite en el «cuadro de mando» del coche y que, sin embargo, detecte sin problemas un calcetín sucio en un rincón oscuro a 50 metros. Las mujeres se quedan atónitas de que un hombre pueda aparcar en línea en un espacio minúsculo mirando por el espejo retrovisor y, pese a todo, nunca sepa encontrar el punto G.
Si una mujer está conduciendo y se da cuenta de que está perdida, parará donde pueda y le pedirá a alguien que le indique el camino. Un hombre considera este acto una clara muestra de debilidad y por eso no le importa conducir en círculos durante horas y horas murmurando fra­ses como: «Mira, he encontrado una nueva forma de llegar aquí» o «Sé que estoy muy cerca» y «¡Sí, me acuerdo de esa gasolinera!».
DIFERENTES ESPECIALIDADES
Los hombres y las mujeres han evolucionado de forma diferente por-que tenía que ser así. Al principio de la historia los hombres cazaban y las mujeres recolectaban. Los hombres tenían la obligación de prote­ger a la familia y las mujeres se encargaban de criar a los hijos. Como consecuencia de la diferencia de actividades, sus cuerpos y cerebros evolucionaron de forma diferente.
Sus cuerpos se fueron adaptando paulatinamente a las funciones físicas y mentales que realizaban. Los hombres fueron ganando altura y desarrollando más fuerza que la mayoría de mujeres y sus cerebros también se desarrollaron para adaptarse a las tareas que debían reali­zar. Las mujeres estaban satisfechas de que los hombres estuviesen todo el día fuera de casa mientras que ellas se dedicaban a avivar el fuego en las cuevas y a criar a los niños. Por ello, sus cerebros también evolu­cionaron para adaptarse a las funciones que realizaban diariamente.
Durante millones de años, las estructuras mentales de los hombres y las mujeres continuaron evolucionando y cambiando según las fun­ciones que debían realizar. Hoy en día, está demostrado que ambos sexos procesan la información de distinta forma. Piensan de forma di­ferente y creen cosas diferentes porque tienen diferentes percepciones, prioridades y conductas.
Afirmar lo contrario es una receta segura para provocar dolores de cabeza, confusión y desilusión a lo largo de su vida.
LA DISCUSIÓN SOBRE LOS «ESTEREOTIPOS»
Desde finales de los ochenta, se ha producido un auge en la investiga­ción sobre las diferencias entre hombre y mujer, así como sobre las dife­rencias en el funcionamiento del cerebro de ambos sexos. Por primera vez en la historia, un avanzado equipo informático de escáner cerebral ha permitido observar el funcionamiento del cerebro «en directo» y, ese rápido vistazo en el vasto panorama de la mente humana, nos ha apor­tado muchas respuestas a las preguntas sobre las diferencias entre el sexo femenino y masculino. Los datos que se presentan en este libro se han extraído de estudios científicos, médicos, psicológicos y sociológicos. To­dos estos estudios coincidían en un punto: que los hombres y las muje­res son distintos. Durante la mayor parte del s. xx estas diferencias se explicaron mediante condicionantes sociales, es decir, que somos quienes somos debido a las actitudes de nuestros padres y profesores que, a su vez, eran un reflejo de las actitudes de su sociedad. Si un bebé nacía y era niña se le vestía de rosa y más adelante le daban muñecas para jugar. En cambio, si era niño, le vestían de azul y le daban soldaditos y camisetas de fútbol. A las niñas las abrazaban y las acariciaban mientras que a los niños les daban una palmada en la espalda y les enseñaban a no llorar. Hasta hace poco se creía que cuando un bebé nacía, su mente era una tabla rasa en la que los profesores podían escribir sus elecciones y preferencias. La evidencia biológica disponible en la actualidad mues­tra una realidad diferente acerca de porqué pensamos de una forma determinada, demostrando convincentemente que los responsables de nues­tras actitudes, preferencias y conducta son las hormonas y la estructura cerebral. Por lo tanto, si niñas y niños creciesen en una isla desierta en la que no existiese ningún tipo de sociedad organizada o padres que les pudiesen guiar, las niñas seguirían abrazándose, acariciándose, hacien­do amigos y jugando con muñecas mientras que los niños intentarían competir física y mentalmente y tenderían a la formación de grupos con una clara jerarquía.
Tanto la estructura de nuestro cerebro, formada en el útero,
como el efecto de las hormonas, determinarán nuestra forma
de pensar y nuestra conducta.

Así, tal y como podrá comprobar más adelante, la forma en que nuestros cerebros están estructurados y las hormonas que recorren nuestro cuerpo son los dos factores principales que dictan nuestra for­ma de pensar y actuar mucho antes de que nazcamos. El instinto es sencillamente el conjunto de genes que determina la forma en que actuará una persona en función de una serie de circunstancias.
¿SE TRATA TAL VEZ DE UNA CONSPIRACIÓN MASCULINA?
Desde la década de los sesenta, un gran número de grupos de presión han intentado persuadirnos para que nos enfrentemos a nuestro lega-do biológico. Sostenían que los gobiernos, las religiones y los sistemas educativos eran una estrategia desarrollada por los hombres para su­primir a las mujeres, para evitar que las que tenían talento escalasen posiciones en la sociedad. Asimismo, aseguraban que promover el em­barazo era una forma para mantenerlas aún más controladas.
Es cierto que, considerando la historia, parece que los factores so­ciales eran los determinantes. Sin embargo, surge una pregunta inevi­table: si las mujeres y los hombres son idénticos biológicamente, como estos grupos afirman, ¿cómo es posible que los hombres hayan obteni­do siempre tal hegemonía en el mundo? El estudio del funcionamien­to del cerebro nos ofrece muchas respuestas. No somos idénticos. Los hombres y las mujeres deberían ser iguales en cuanto a los derechos y oportunidades para ejercer todo su potencial, pero no son idénticos en cuanto a sus capacidades innatas. La pregunta de si los hombres y las mujeres son iguales pertenece al ámbito político o moral, en cambio, la de si son idénticos pertenece al ámbito científico.
La igualdad entre hombres y mujeres
es un tema político
o moral;
las diferencias innatas son un tema científico.

La mayoría de la gente que se resiste a la idea de que los factores biológicos afectan nuestra conducta suele ser porque mantiene una posición opuesta al machismo. Aun así, están confundiendo los térmi­nos iguales e idénticos, dispares entre sí. En este libro, usted podrá ob­servar las evidencias científicas que confirman que los hombres y las mujeres son significativamente diferentes física y mentalmente.
Hemos estudiado e investigado los últimos descubrimientos en paleontología, etnología, psicología, biología y neurología. En la ac­tualidad, se puede manifestar con certeza que existen diferencias entre el cerebro del hombre y el de la mujer.
En los momentos en los que en el libro se destacan las diferencias entre los hombres y las mujeres, muchos lectores pueden pensar: «No, yo no soy así, yo no hago eso». Es posible que ellos, en particular, no se identifiquen con esas afirmaciones, pero deben tener en cuenta que en el libro hablaremos de los hombres y las mujeres en general, es decir, trataremos la conducta que los hombres y la mujeres presentan la mayor parte de las veces, en la mayoría de circunstancias y a lo largo de la historia. «En general» significa que si usted entra en una sala llena de gente se dará cuenta de que los hombres suelen ser más altos y más corpulentos que las mujeres, en realidad son un 7% más altos y sobre un 8% más corpulentos. Puede ser que la persona más alta o más corpulen­ta en la sala sea una mujer, pero en general se puede afirmar que los hombres son más altos y más corpulentos que las mujeres. En el libro Guinness de Records, casi todas las personas altas que se han citado han sido hombres. El récord de persona más alta del mundo lo ostenta Robert Peshing que medía 2,79 metros y la persona más alta de 1998 fue el pakistaní Alan Channa que alcanzaba los 2,31 metros de altura. Los libros de historia están repletos de menciones a «el gran Juan» o «la pe­queña Susana». No se trata de machismo, sencillamente son hechos.
LA POSICIÓN DE LOS AUTORES
A medida que avancen en la lectura del libro, puede que algunas per­sonas empiecen a sentirse halagadas, agredidas o molestas. Estas reac­ciones se deben a que, en mayor o en menor medida, son víctimas de filosofías idealistas que exponen que ser hombre o mujer es lo mismo. Por ello, es imprescindible que antes que nada, aclaremos nuestra po­sición al respecto. Nosotros, los autores, hemos escrito este libro con el propósito de ayudar a los lectores a desarrollar y mejorar sus relaciones con personas de ambos sexos. Creemos que los hombres y las mujeres deberían contar con las mismas oportunidades para desarrollar una ca­rrera profesional sea cual sea el ámbito que elijan y consideramos que las personas que tienen una calificación similar deberían recibir la misma compensación por el mismo esfuerzo realizado.
Diferencia no es antónimo de igualdad. Igualdad significa ser libre para tomar nuestras propias decisiones y diferente significa que, como hombres o mujeres, podemos perseguir objetivos diferentes.
Nuestro propósito es estudiar, de forma objetiva, las relaciones en­tre los hombres y las mujeres, explicar su papel a lo largo de la historia, explicar los significados e implicaciones ocultos e intentar exponer téc­nicas y estrategias para que el lector tenga relaciones más satisfactorias con ambos sexos. Iremos al grano y no nos extenderemos en suposicio­nes o clichés políticamente correctos. Si algo parece un pato, hace el ruido de un pato, camina como un pato y hay evidencias que demues­tran que es un pato, entonces nos referiremos a él con ese nombre.
La evidencia que se presenta en el libro confirma que el sexo mas­culino y el femenino están intrínsecamente predispuestos a comportarse de forma diferente. Con esta afirmación no estamos sugiriendo que cada sexo debe o debería comportarse de una manera determinada.
NATURALEZA FRENTE A EDUCACIÓN
Melissa dio a luz a dos gemelos, un niño y una niña. A Jasmine la arroparon con, una mantita rosa y a Adam con una azul. Los familiares le llevaron a la niña muñecos de goma y peluches, mientras que al niño le llevaron una pelota pequeña y una camiseta de fútbol diminu­ta. A Jasmine, todos le hacían arrumacos y le decían cariñosamente que era una niña guapísima y monísima, aunque sólo las mujeres de la familia la tomaban en brazos y la acunaban. Si los familiares eran hombres, solían prestarle más atención a Adam, le hablaban más alto, le tocaban el ombligo, lo zarandeaban arriba y abajo y le hablaban de su brillante futuro como jugador de fútbol.
Seguro que estas descripciones nos resultan familiares a todos, pero a raíz de esta conducta, surge la siguiente pregunta: «¿la conducta que presentan los adultos se debe a los factores biológicos o a una conducta aprendida que ha perdurado generación tras generación? ¿Se trata de una cuestión de naturaleza o de educación?
Durante la mayor parte del s. xx, los psicólogos y sociólogos creye­ron que nuestra conducta y preferencias se adquirían de los condi­cionantes sociales y del entorno. Sin embargo, se sabe que la capaci­dad de educar y criar a los niños se aprende, puesto que las madres adoptivas, ya se trate de seres humanos o monos, suelen criar a sus hijos igual que las madres biológicas. Por otro lado, los científicos han afirmado que la biología, la química y las hormonas son los principa­les responsables de la conducta. A partir de 1990 se divulgaron una serie de evidencias aplastantes que confirmaban el argumento científico de que los seres humanos nacemos ya con una estructura que dicta­rá y condicionará nuestra conducta. El hecho de que en la antigüedad los hombres se dedicaran a la caza y las mujeres a criar a los niños condiciona, incluso en la actualidad, nuestra conducta, creencias y prio­ridades. Un importante estudio realizado en la Universidad de Harvard demuestra que además de tratar de forma diferente a los bebés, depen­diendo de que sean niños o niñas, también empleamos palabras dife­rentes. A las niñas se les suele decir: «Está para comérsela», «¡Qué mona!» «Es preciosa» mientras que es frecuente oír decir a un niño «¡Hey, grandullón!» y «¡mira que fuerte estás!»
Aun así, que a las niñas les regalen muñecas Barbie y a los niños Action Men no afecta ni condiciona tanto su conducta como se cree, simplemente la refuerza. En esta línea, el mencionado estudio de Harvard concluyó que la conducta divergente hacia los niños o las ni-ñas sólo acentuaba las diferencias que ya existían. Si ponemos un pato en un lago empezará a nadar. Si observamos al pato con detenimiento, notaremos que tiene los dedos de las patas unidos. Si analizamos su cerebro, comprobaremos que el pato tiene un «módulo para nadar» antes de nacer. El lago es sólo una circunstancia que está ahí, pero no es lo que provoca su conducta.
Las investigaciones demuestran que estamos más condicionados por los factores biológicos que por los estereotipos sociales. Somos dife­rentes porque la estructura de nuestro cerebro es distinta y, por ello, también vemos el mundo desde otro ángulo y tenemos valores y prioridades distintos. Esto no significa que seamos mejores o peores, simplemente diferentes.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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