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Dice la leyenda Griega:

Cronos (Saturno) era el más jóven de los Titanes, hijos de la Madre Tierra y Urano (la tierra y el cielo). Urano, odiaba a sus hijos y los escondió en la Madre Tierra causándole gran dolor. Como venganza fabricó una hoz para Cronos y le convenció de que diese muerte a su padre. Cuando cumplió sus deseos, se desposó con su hermana Rea, pero temeroso de que sus propios hijos se levantasen en su contra, se los tragaba en cuanto nacían: primero Hestia, luego a Deméter, Hera, Hades y Posidón. Sin embargo, cuando Zeus, su sexto hijo, estaba por nacer, Rea lo alumbró en el silencio de la noche y lo confió a los cuidados de su madre, la Madre Tierra. En lugar de entregarle al bebé, le dió a Crono una piedra para que se la comiera. Cuando Zeus creció, pidió ser el copero de Cronos.. le preparó pues a su padre una poderosa sustancia que le hizo vomitar a la piedra y a sus otro cinco hijos mayores. Zeus, luego condujo a sus hermanos a la guerra contra los Titanes, a los que vencen y destierran al Tártro, en el mundo subterraneo. En adelante, Zeuz reinaría como el jefe supremo de los dioses.

Es la perfecta metáfora de la paternidad y de la educación en los tiempos posmodernos. Seguimos peleando, como sociedad, contra un fantasma de algo que hace ya tiempo hemos destruido, el autoritarismo, y en el fondo ya ni siquiera nos pregutamos si alguna vez hubo niño, la autoridad, al tirar el agua sucia. 

Las reuniones de formación docente se han convertido en un eterno lamento boliviano, un mea culpa de un paradigma que no existe, que tal vez existió alguna vez, pero del cual, hoy por hoy, no quedan ni rastros. No hace mucho tiempo en una jornada para formación docente nos pasaban este video, que es una caricatura de un maestro que ni siquiera yo conocí, hace 40 años y que dudo que alguna vez haya existido:

Entre tanto, veo día a día, en mis alumnos posmodernos una escalofriante soledad, están abandonados, del mayor abandono que es la ausencia de los instrumentos que les permite construir su propia identidad. Son, como los hijos de Chronos, víctimas del peor de los abandonos jamás concebido, son devorados por sus padres.

Sus padres, esclavos de sus propios fantamas, hijos de sus propios parricidios, no han podido o no han sabido, y en muchos casos me consta no han querido escapar del intento de muerte simbólica del propio padre, no como algo que ha de vivirse y superarse, sino como algo en lo que se han fosilizado para siempre, vivir para ser la muerte del padre. Eso que ellos sufrieron como autoritarismo, rigor, distancia o abandono, sin discriminar e intentando dejarlo atrás, lo han convertido en el peor de los abandonos el pastiche de la disolución de la propia identidad y de la identidad del hijo en una gelatinosa e informe medusa llena de filamentos ácidos con los que defienden la simbiosis de todo aquél que no pertenezca al monstruo.

Es el peor de los abandonos. Porque para ser abandonado y percibirse como tal al menos uno necesita construir una identidad autónoma que pueda, luego, ser abandonada. Aquí ni siquiera se llega a esa posibilidad, esa identidad autónoma jamás se construye, es devorada por las anomalías psicológicas de padres que jamás llegan a resolver ni enfrentar sus propios demonios, y los alimentan con la carne de sus hijos. El demonio de «mi padre fue autoritario» o «mi padre me abandonó» termina deglutiendo y triturando a sus propios hijos, que cargarán con el demonio de «mi padre devoró mi identidad»…

Esos hijos, a su vez, volverán a ser ambas cosas parricidas y filicidas, si es que no llegan a librarse por sus propios medios y por la gracia divina de los demonios heredados.

Lo mismo sucede en educación. Todos quedamos marcados por el ahora políticamente correcto John Keating. Como en un absolutismo comunista la revolución se ha vuelto ortodoxia. Cuando yo vi la sociedad de los poetas muertos todavía escandalizaba, y no me extraña, dos o tres años atrás había egresado de lo que todavía con orgullo se pensaba a sí mismo el mejor colegio secundario de San Juan: La Industrial. Todavía la educación era medianamente sana.  Dejó de estarlo y repito, Keating se volvió ortodoxia. Ya no escandaliza a nadie. Se ha vuelto una especie de parámetro inconsciente de lo que el sistema pretende de nosotros como profesores y frente al cual tenemos que hacer un eterno mea culpa de no ser Keating. La revolución se ha vuelto un sórdido automatismo que ya ni siquiera causa placer, porque en realidad ya no hay nada para destruir. Se ha vuelto el remedo payasesco venezolano del realismo mágico de las palabras. Sudamérica se merece a García Márquez y la enorme ironía del premio Nobel al fundador del realismo mágico, sin discutir sus méritos literarios. Se rieron en grande de nosotros los noruegos, premiaron no solo a García Márquez, premiaron a la patria grande bolivariana: Macondo. Es decir sociedades que devoran a sus miembros para que no sean sino exactamente lo que lo políticamente correcto y el gran hermano de la deconstrucción revolucionara espera de ellos que sean. Seguimos inventando y celebrando tonteras deconstructivas tipo «La educación prohibida» sin siquiera develar el truquito demagógico que encierran con un candor rayano en la estupidez más abyecta, la estupidez deseada.

Toda esta catarsis fue a propósito de un muy buen post que compartió un amigo en facebook:

http://revistaens.blogspot.com.ar/2014/08/coros-vivos-poetas-muertos.html

Allí se compara a John Keating con Clément Mathieu de la película los Coristas.

Ninguno de los dos modelos nos sirve demasiado hoy en día.

Necesitamos, los profesores, derrocar el parámetro interno inconsciente de querer ser John Keating, y la situación posmoderna ni siquiera nos da lugar para ser Clément Mathieu, porque un internado de reeducación para menores de Francia de los años 50, aun inmersos en el hipócrita, impotente imperio de lo rígido, donde hay, en el fondo, una fuga al no involucrarse, aun en esa situación, esos niños están mejor que nuestros posmodernos, abandonados también, no para refugiarse en la rigidez, sino lo que conlleva peores efectos, abandonados en la terrible y absoluta soledad de la disolución de la propia personalidad por medio de una unión simbiótica con sus padres. Víctimas de una metamorfosis kafkiana que ni en los más alocados delirios oníricos del bohemio hubiera jamás imaginado.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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