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Quien es habitual lector del blog ya está, seguramente, habituado a mi gusto por las máximas y los epigramas. Basta leer la columna a la derecha del blog, donde hay una colección de mis favoritas. En lo personal soy más bien negado en el tema, mi mente es demasiado frondosa en discursos y distinciones para lograr en pocas palabras una máxima condensación de sentido, como otros, por ejemplo Ludovicus, sí logran. Encontré en Nietzsche una defensa de su gusto por este tipo de composición, que más abajo transcribo, que me animó a intentar algo distinto en el blog. Así como en Facebook vengo haciendo, colocando máximas que hacen pensar, y que generan una discusión en torno, me pareció interesante, ahora que estoy particularmente privado de tiempo para cosas más largas, publicar máximas, en vez de posts, no significa que en algún momento intercale un post más largo. Pero no dando para más habré de conformarme con esta diversión.
Mi sentido del estilo, del epigrama como estilo, se despertó casi de pronto cuando entré en contacto con Salustio. Aun recuerdo el asombro de mi venerado profesor Corssen cuando tuvo que dar la mejor calificación al peor de sus alumnos de latín: aprendí de golpe. Salustio consiguió que me descubriese a mí mismo con su estilo ceñido, riguroso, con su fondo dotado de la mayor sustancia, una fría malevolencia contra la «palabra hermosa», al igual que contra los «bellos sentimientos». Puede apreciarse en mí, incluso en mi Zaratustra, una ambición muy seria de conseguir un estilo romano, un estilo dotado de una perennidad más duradera que el bronce. Igual me ocurrió en mi primer contacto con Horacio. Con ningún otro poeta he experimentado hasta ahora el arrebato artístico que desde un primer momento me produjo una oda horaciana. Lo que se logra en ellas, es algo que, en determinados idiomas, no se puede ni intentar. Ese mosaico de palabras en el que cada una, por su sonido, por su emplazamiento y por su significado, irradia su fuerza a diestro y siniestro, y sobre todo el conjunto; ese mínimo en la extensión y en el número de signos, y ese máximo en la energía de los mismos, es algo característicamente romano y, si se me quiere creer, aristocrático por excelencia. En comparación, toda la poesía restante resulta algo popular, una simple charlatanería sentimental.
F. Nietzsche

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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