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Continúo con la serie de Egocentrismo Infantil y Yoyocentrismo con dos características más de esta tipología. De todos modos no significa que hayamos cerrado el tema de «tragarse el personaje», para los interesados el tema continúa todo lo que haga falta. En esta semana no he tenido mucho tiempo para escribir, pero sigamos pensando, la confrontación de ideas ha ido dando resultados sorprendentes. Para los visitantes que no están muy interesados en el tema ahí va un nuevo post.

Inmisericordia:
Esa falta de percepción para los propios defectos conduce todavía a otra deformidad. El egocéntrico normalmente es durísimo en el juicio de las personas. Es algo universalmente conocido la profunda crueldad de que son capaces los niños respecto de otros niños. Hay cierta incapacidad de conmiseración (hacerse miserable con…) porque justamente hay incapacidad de conocer las propias miserias. Por eso también es minuciosísimo en los defectos ajenos, está siempre viendo la paja en el ojo del hermano y no ve la viga en el propio.

Decíamos intencionalmente “cierta incapacidad de conmiseración”, porque el egocéntrico, no es absolutamente incapaz de conmiserarse, sino que se duele y es capaz de consolar a otros, pero con una salvedad totalmente particular. No lo hace de un modo, diríamos, universal, es decir no se conmisera con el otro en sí mismo simplemente porque sufre, sino que se conmisera con el otro porque sufre lo mismo que él sufre. De este modo, muy sutilmente, la conmiseración se vuelve autocompasión. Con esto no quiero decir que dos personas que se conmiseran por sufrir lo mismo necesariamente estén actuando de un modo egocéntrico. Esa conmiseración tranquilamente puede ser legítima. Se vuelve egocéntrica cuando se da una positiva incapacidad de entender otros géneros de miserias distintos del propio. Por tanto el conocimiento de las propias miserias tiene que llevar positivamente a un sentimiento de compasión universal, es decir, reconocer que todos somos miserables y dignos de compasión, y ese “todos” significa yo y otros. Esto tiene dos características o consecuencias. Primero que el conocimiento de la propia miseria tiene que llevar a deponer la actitud típicamente egocéntrica del orgullo, haciendo crecer a la persona en la humildad de que no todo el universo gira en torno suyo.

En segundo lugar impone una relación de responsabilidad frente a los otros, porque los otros ahora son dignos de mi misericordia, y estoy, en cierto modo, legítimamente obligado a conmiserarme de ellos . Esto ciertamente se encuentra en las antípodas de al actitud egocéntrica de autocompasión. Ya que allí no se depone el orgullo sino que se invierte en jugar el papel de víctima, y además, no me hace responsable ante nadie, ya que lo único que interesa es mi propio sufrimiento, cayendo cada vez más en el pozo del egocentrismo.
Desequilibrio en el juicio:
La burbuja acarrea también falta de equilibrio en el juicio, por concentrarse en pequeños defectos deja de ver la bondad total de las cosas. Casi siempre deja de ver el bosque a causa del árbol que tiene enfrente.

El árbol que nos tapa el bosque siempre somos nosotros mismos.

Esta dificultad se expresa maravillosamente en la fábula de los siete sabios, creo que de origen indio. La fábula decía que a siete sabios que eran ciegos les fue encargada por un rey la tarea de investigar la naturaleza del elefante. Todos fueron conducidos a la presencia del elefante. Pero, como eran ciegos, cada uno con sus manos investigó una parte distinta  del elefante, llegando cada uno de ellos a conclusiones totalmente diversas acerca de la naturaleza del elefante. Cuando confrontaron los resultados tomaron conciencia de ese hecho, ya que el que había agarrado la pata decía que el elefante era como un árbol, el que había sujetado la trompa decía que era como una serpiente, el que investigó la barriga decía que era como un enorme y macizo globo, y así cada uno de ellos llegó a conclusiones diferentes. Pero en vez de deponer el juicio propio y dirigirse de nuevo con curiosidad y humildad a la realidad, finalmente crearon el “sistema” para interpretar la realidad, o lo que hemos dado en llamar burbuja, concluyendo que el elefante era un mutante, mentiroso y tergiversador.

También consecuencia de esta falta de equilibrio y de la creación del sistema es un cierto comportamiento de iluminado. Es como si hubiese recibido una verdad por revelación divina y como tal es absolutamente indiscutible. Como en la fábula de los siete sabios, se toma parte de la realidad y se la vuelve un absoluto interpretativo del todo. Por tanto se radicalizan cosas que no son absolutizables y todo el universo de algún modo queda fuera de quicio.
Consecuencia de esa absolutización en el juicio es también la incapacidad de captar matices y grados. La realidad se vuelve en buenos y malos, blanco y negro, héroes y villanos, buenos los que entran dentro del esquema de su burbuja y malos los que están fuera de ella.

Visión todo-nada, prefiere morir en la nada que falta a vivir en el algo que tiene, que en realidad nunca es la plenitud del todo ni el vacío de la nada, siempre es una región gris, ni blanca, ni negra.

Esta falta de equilibrio análogamente se observa en el comportamiento infantil, en el hecho de que los niños aman y odian con exagerada pasión. Un pequeño gesto para un niño puede hacer que una persona se vuelva la mejor persona del mundo, y hasta momentáneamente, la persona más importante de su vida. Y también una pequeña falta, real o no, sin embargo,  absolutamente injusta en la subjetividad infantil, puede hacer de una persona la peor persona del mundo. Aunque haya recibido de esa persona multitud de bienes en el pasado. El niño normalmente no es muy agradecido, porque en ese universo de protección, que es su nido, todo le es debido, él prácticamente sólo tiene derechos y ninguna obligación.

Eduardo Montoro

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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