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Hasta ahora habíamos visto las «características» de un egocéntrico infantil. Comenzamos, ahora, con las consecuencias que tienen esas características y estructuras en la vida dinámica de la persona.
a- Inestabilidad anímica:
En algunos casos, este modo de ver la realidad conlleva inestabilidad de ánimo. Muchas veces, depresión, porque las cosas no suceden como la burbuja dicta que deberían suceder y, a veces, euforia, porque todo está saliendo según el modo interpretativo de la burbuja. Falta el equilibrio de tener un juicio según la realidad objetiva de las cosas. Y como falta ese equilibrio, el sufrimiento que generan esos contrastes, normalmente, produce angustia. También es causa de esta inestabilidad anímica la extrema valoración de las opiniones ajenas. Esa extrema valoración puede producir que un elogio lleve a euforia y una crítica hunda a esa persona en tristeza. Las opiniones de los hombres son demasiado cambiantes y rarísimamente tienen todo el equilibrio y la sinceridad que debieran para definir una persona, por eso no es extraño que, si existe una excesiva valoración de las mismas, el humor de una persona sea tan cambiante como las opiniones.
b- Inseguridad:
En algunas ocasiones,  esta burbuja genera temperamentos muy inseguros, porque normalmente están chocando con la realidad de las cosas y descubriendo que estaban equivocados. Pero en vez de ser curiosos y dirigirse a la realidad misma, modo de generar seguridad, vuelven a crear el sistema, la burbuja, que volverá invariablemente a estallar en la próxima confrontación con la realidad, produciendo un nuevo déficit de seguridad.

Esta inseguridad  se manifiesta también en la procura de muchas opiniones ajenas. Normalmente, debido a los problemas que les acarrea su condición, están en búsqueda de una solución y piden consejo. Pero no en el modo que lo haría cualquier persona, es decir, buscando alguien sabio en la materia que necesita el consejo y después ejecutando lo aconsejado. El egocéntrico infantil está en búsqueda de la solución mágica de todos sus problemas. Entonces no consulta solamente a la persona adecuada, sino que consulta a todo el que tenga una actitud benévola con él. Pretende llevar a cabo una suerte de consenso de consejos. Pero esto es evidentemente perjudicial, porque los buenos consejos se diluyen y opacan en medio de los que no son tan buenos. Si alguno de esos consejeros dice algo difícil de aceptar, desestima el consejo y pasa al siguiente consejero. Demás está decir que está buscando oír exactamente lo que él quiere escuchar, y no la verdad. Esto puede causar serios problemas al terapeuta, ya que son también habilísimos en la manipulación de la presentación del problema, en orden al mismo fin, obtener la respuesta que están esperando. Análogamente a como son habilísimos para actuar, hablar y maquinar, para llamar la atención y buscar misericordia. También, como consecuencia de este modo de actuar, es posible encontrar pacientes que han consultado un sinnúmero de terapeutas, siempre buscando la solución mágica. Estos son especialmente difíciles de tratar, porque es muy difícil crear una legítima influencia sobre ellos, ya que siempre están cotejando lo que se les dice con lo que los otros terapeutas dijeron. Como evidentemente no tienen una capacidad profesional de integración de las diversas opiniones, ante cualquier contradicción con un consejo anterior, surge la sospecha sobre la validez del consejo del actual terapeuta; no hay ni que pensar lo que sucede si el consejo a cotejar no les agrada, ciertamente la sospecha se potencia exponencialmente.  Y con esto obstaculizan grandemente la influencia e intervención del terapeuta en su conducta, haciendo muy difícil el proceso de recuperación.

El egocéntrico suele comportarse como un niño que imita modelos.

Otra dificultad en el mismo plano del de la búsqueda de consejo, es el de la búsqueda de modelos. En este caso, hay una tendencia a adoptar modelos, espejarse o copiar de alguien el modo de actuar. Esta característica, típicamente adolescente, proviene de la inseguridad de un inadecuado conocimiento de sí mismo. Actuar como lo hace otro es más fácil, más seguro, porque exime de la tarea personal de autoconocerse. Y también exime de ser consecuente con ese autoconocimiento, corrigiendo la conducta en aquello que deba ser corregida. A causa de este modo de actuar, se hace muy difícil la corrección de la conducta, ya que se vive en una especie de mundo de fantasía, en el cual se imita algo que no se es; evidentemente esto trae dificultades, porque choca con la realidad de un actuar no adecuado a las propias circunstancias, potencialidades, capacidad e individualidad en el ser. Sin embargo, esos choques jamás son atribuidos al hecho de estar obrando según una imitación servil, muy por el contrario, esos choques los reinterpreta como provenientes de no estar imitando lo suficientemente bien el arquetipo, con lo cual el círculo se cierra. Ese espejarse, o imitar irreflexivamente, conlleva también una grave dificultad para el consejero o terapeuta, que es el peligro de que use al consejero como una especie de bastón para caminar frente a la vida. Evidentemente, el consejero no debe permitir esto, buscando siempre también generar una sana autonomía y seguridad frente a la vida.

solución mágica

Decíamos también que hay un deseo de solución mágica, porque toda solución en su mente tiene que tener dos condiciones, en primer lugar, que sea algo que no comprometa el esfuerzo personal, porque poseen una voluntad sumamente debilitada. Y también por el hecho de que esa solución no tiene que comprometer la propia libertad, porque según su perspectiva, él mismo no tiene ningún tipo de responsabilidad sobre lo que le está sucediendo, la curación es simplemente encontrar esa pequeñísima traba que está estorbando el desarrollo del propio yo. En segundo lugar, que esa solución no implique admitir algo humillante, algo que le lleve a reconocer que la imagen que tiene de sí está superevaluada. Por tanto, esas dos condiciones cierran fuertemente el camino a una terapia del problema. Por eso no es extraño, en casos más extremos, encontrar enfermos que no quieren dejar su condición de tales.
Ya hemos dicho, en varias ocasiones, que el problema del egocéntrico infantil está en el deseo de crear un mundo artificial, un mundo de valoración paternal, que hemos dado en llamar  nido. Esa creación es un deseo de continuar en el tiempo ese nido, a causa de la sobreprotección recibida. O puede ser creado también para subsanar una subprotección paterna, es decir una carencia afectiva. Ahora bien, justamente la principal característica de ese mundo es la seguridad. Es por eso que el deseo de seguridad, en alguien en este estado, es enorme. Quisieran que el mundo fuera como un juego, es decir con reglas que fuesen puestas por ellos mismos, y si las cosas no salen como ellos quieren, podrían modificar el juego según la propia voluntad . De aquí también se entiende que tiendan a refugiarse en las personas. Se refugian en los padres, amigos,  esposos, novios. Todo amor, en parte, deja de ser amor, para convertirse en refugio y evasión del peligro de la vida real. En las relaciones amorosas tienden a usar el sexo opuesto como una figura paterna. El hombre busca seguridad en la mujer como si fuese, de algún modo, su madre. E inversamente en el caso de la mujer. Con esto no queremos decir que el amor no lleve de ningún modo la noción de protección de lo amado, o la noción de ser protegido por el que ama. Esto es algo totalmente natural, y deseable. Sin embargo, en el caso que estamos estudiando, adquiere un grado morboso. Evidentemente, todo esa exigencia exagerada de seguridad por parte del medio que lo rodea, no puede ser satisfecha, porque el problema no es el medio sino él mismo. Esto, ciertamente, tiene como consecuencia una gran inseguridad, ya que es imposible que esa carencia  sea satisfecha. Más arriba decíamos que se encuentran enfermos que no quieren salir de su enfermedad, en razón de que no quieren hacer el esfuerzo requerido para hacerlo, y también por el hecho de que no soportan la humillación de admitir su condición. En el punto que acabamos de analizar encontramos el tercer sustento de esa inanición para dejar la enfermedad, es dulce de algún modo estar enfermo, porque eso capta la atención benévola de todos y construye un tibio mundo de protección, que, de algún modo, es lo que esa persona deseaba. Además, libera de responsabilidad, porque, justamente, se está enfermo, y nadie puede culpar a un enfermo. Por eso es posible observar en estos casos extremos apenas un deseo ineficaz de sanar, me gustaría sanarme, sin embargo, cuando se les dan indicaciones específicas para salir del problema las evaden habilísimamente. Con esto último no queremos afirmar que la responsabilidad sobre los propios actos en quien padece una neurosis de este tipo esté al cien por ciento. Ciertamente que no es así. Sin embargo, tampoco está al cero por ciento, en ese caso la libertad y la personalidad estarían totalmente anuladas, y aunque es un tema difícil de precisar, podemos decir con tranquilidad que de ningún modo es el caso de las neurosis. Por tanto, el grado de responsabilidad que resta en el enfermo, sea el que fuere, es esencial para su recuperación. Necesitamos reforzarlo y ampliarlo, ya esa tarea por sí sola es terapéutica, puesto que normalmente el enfermo piensa que su grado de responsabilidad en este tipo de problemas es mucho menor de lo que realmente es[1].

mundos de fantasía

Otro modo típico de evadirse de la realidad y de obtener un mundo según las propias reglas es crear fantasías sobre la realidad. Se refugia en aquello que le gustaría que fuese. Es decir, en una realidad hecha exactamente a medida. Pero cuando despierta de esas fantasías, el choque con la realidad sólo genera frustración, tristeza, e inseguridad. En algunos casos, ese deseo de que las cosas fuesen como él quiere, los empuja hasta el extremo de mentir. Usan la mentira análogamente a como lo hacen los niños, es decir para evitar el trauma de sufrir la humillación de haber hecho algo errado. Y en el caso de ser descubiertos en la mentira se refugian en el hecho de no haber sido lo suficientemente entendidos a causa de la mala voluntad de quien está interpelando. Este hecho, de ser descubiertos en una mentira, adquiere un carácter absolutamente traumático, la persona que interpela, casi necesariamente, se vuelve un enemigo declarado. Y no existe, por lo menos en el caso de la mentira, casi ninguna posibilidad de que la persona admita de buena voluntad su error, aunque este sea en extremo evidente. Esto sucede porque, en el plano teórico, la persona capta perfectamente la perversidad intrínseca de la mentira, sin embargo, en el plano práctico, normalmente, se mueve, no para hacer el bien en sí mismo, sino para obtener para sí la benevolencia social. Entonces, la mentira es un medio utilísimo para ese fin, ya que si nuestro error queda en lo oculto, por medio de una mentira, la valoración social no se deprecia, sino que queda intacta. Pero, si la mentira es descubierta, el principal interés del egocéntrico queda enormemente amenazado, él sabe que para la valoración social el mentiroso es algo degradante, entonces el principal bien de su vida, la benevolencia ajena, está al borde del precipicio. Se forja en esa persona el sentimiento de haber sido desnudado y humillado delante de miles de personas. Todo esto sucede porque su ego sobrevaluado no ha alcanzado un estadio típico de la edad madura de las personas, que es el admitir las propias limitaciones y la posibilidad del error, y hasta de la culpa[2], como algo absolutamente normal, aunque en sí mismo no sea deseable. Es verdaderamente sorprendente constatar este efecto propio del infantilismo en las culturas. Si observamos las culturas donde no se da un gran desenvolvimiento de lo racional, y por modo de compensación se da un gran desarrollo de lo emocional y afectivo, podemos ver que el uso de la mentira adquiere estatus universal. Normalmente, en estas culturas, el valor de la verdad está devaluado, no existe horror por la mentira, e invariablemente la mentira es un auxiliar para salir de cualquier situación. Análogamente a lo que sucede con la mentira, acontece también con la hipocresía. El eje de la vida social no es tanto el hacer lo que se debe hacer cumpliendo el papel propio en la sociedad, sino el llevarse bien con la mayor parte de dicha sociedad, y que todos tengan una opinión lo más alta posible de sí mismo.

Tenemos que decir, finalmente, respecto de la inseguridad, que el eje más profundo de este problema se encuentra en que la imagen de sí carece de consistencia y solidez. Como ya dijimos, el egocéntrico infantil posee dos imágenes de sí contrapuestas, la sobrevaluada y la subevaluada. Toda la realidad, en vez de ser un campo para la plenificación personal a partir de un equilibrado y realista conocimiento de sí mismo, se convierte en un campo de confirmación de sí en la lucha antagónica de esas dos imágenes. Entonces la definición de sí mismo se vuelve prioridad y queda de lado la plenificación en la búsqueda de aquello otro que es el objeto plenificante[3]. Se hace evidente, como consecuencia, la división interna que sufre una persona en ese estado, todo el universo consciente está a la caza de confirmación, pero cada supuesta confirmación se convierte en una negación destructiva de alguna de las dos imágenes. Esto genera una permanente inconsistencia del yo, imágenes de sí grandemente inestables,  variables, confusas, e incoherentes, aunque todo esto puede darse con variaciones de grados; citamos un testimonio extremo para ejemplificar esta realidad: “No sé cómo soy, necesito que me lo digan… varío tanto que no sé cómo definirme… soy según con quién estoy… no me hallo a mí mismo… me confundo con una opinión que no me imaginaba y quedo perdida, me vuelo, no sé cómo quedo ubicada”[4]; “Yo creo que doy todo por mi hija, pero si algo me pone furiosa, me veo finalmente egoísta, una mala madre, la peor, de allí salto a que nadie ha hecho tantos méritos y que tengo derecho a ser exigente”[5]. Todo esto genera un estado permanente de inseguridad, de fragilidad, de ser muy débil delante del mundo, de estar vacío, ya que las experiencias anteriores no se digieren ni se capitalizan como aprovechables, por el hecho de que no son armónicamente asimiladas en la unicidad de un conocimiento realista de sí; muy por el contrario, son fuente de eterna contradicción en el interminable intento de establecer una definición de sí basado en la titánica lucha del conocimiento de sí sobrevaluado, contra su eterno contrincante el subvaluado. Veamos un testimonio de esa experiencia de búsqueda infructuosa: “Al final yo estoy en nada, floto, navego sin llegar a nada, como a la deriva; un día me lleva una corriente, me alivio, creo que ya tomé un rumbo, al otro día todo cambió”[6]. Esto genera también un profundo y dañino escepticismo respecto de una posible cura, normalmente este tipo de personas ya se entusiasmaron con muchísimas posibles soluciones y esas soluciones siempre fueron frustrantes, lo que va generando en ellas la creencia de que poseen un problema constitucional insalvable, que por un lado libera de responsabilidad, absolutamente necesaria en orden a poder sanar, y por otro, fija el problema. Evidentemente, ademas de los estados de angustia puntuales, a causa de cada frustración, se genera un fondo depresivo permanente debido a esa sensación de vacío.


[1] Por supuesto, dejando de lado las obsesiones de culpabilidad, en las cuales está dislocado el grado de sentimiento de culpa o escrúpulo y  la conciencia de la propia responsabilidad. Esa conciencia se vuelve tan fuerte que se llega a extender a actos que no conllevan  ningún tipo de responsabilidad para el sujeto.
[2] Confrontar el punto sobre sentimiento de culpa para entender en qué sentido usamos la palabra culpa.
[3] Este hermoso texto literario muestra maravillosamente este fenómeno: “En un valle encantador había una fuente de agua extremadamente clara… lo primero que vio Narciso fue su propia imagen reflejada en el limpio cristal. Incesantemente creyó que aquel rostro hermosísimo que contemplaba era el de un ser real, ajeno a sí mismo. Sí, él estaba enamorado de aquellos ojos.. El objeto de su amor era él mismo ¡y deseaba poseerse!- Como una voz interior le reprochó: ¡Insensato!¿Cómo te has enamorado de un vano fantasma? Tu pasión es una quimera… tu imagen contigo está, contigo ha venido, se va contigo… ¡Y no la poseerás nunca! Ya entregado al abismo, hundido en lo imposible de su pasión de aprisionar su imagen, ya transformado en flor, al borde de las aguas, se seguía contemplando en el espejo sutilísimo” (Ovidio, Las metamorfosis, Madrid, Espasa-Calpe, 1980, Libro III, ps. 61-63 )
[4] citado en FIORINI, H. I., Estructuras y abordajes en psicoterapias psicoanalíticas, Nueva Visión, 1993 Buenos Aires, p. 100.
[5] Idem, p. 101.
[6] Idem, p. 115.

Eduardo Montoro

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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