Desde la década de los sesenta, un gran número de grupos de presión han intentado persuadirnos para que nos enfrentemos a nuestro legado biológico. Sostenían que los gobiernos, las religiones y los sistemas
educativos eran una estrategia desarrollada por los hombres para suprimir a las mujeres, para evitar que las que tenían talento escalasen posiciones en la sociedad. Asimismo, aseguraban que promover el embarazo era una forma para mantenerlas aún más controladas.
Es cierto que, considerando la historia, parece que los factores sociales eran los determinantes. Sin embargo, surge una pregunta inevitable: si las mujeres y los hombres son idénticos biológicamente, como estos grupos afirman, ¿cómo es posible que los hombres hayan obtenido siempre tal hegemonía en el mundo? El estudio del funcionamiento del cerebro nos ofrece muchas respuestas. No somos idénticos. Los hombres y las mujeres deberían ser iguales en cuanto a los derechos y oportunidades para ejercer todo su potencial, pero no son idénticos en cuanto a sus capacidades innatas. La pregunta de si los hombres y las mujeres son iguales pertenece al ámbito político o moral, en cambio, la de si son idénticos pertenece al ámbito científico.