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Llorar o no llorar, esa es la cuestión.

EL LLORIQUEO

Las mujeres lloran más que los hombres porque la evolución de estos últimos ha provocado que casi no lloren, sobre todo si están en públi­co. Además, los condicionantes sociales no han hecho más que fomen­tar esta conducta. Por ejemplo, cuando un niño juega a fútbol y de repente le hacen daño en algún lugar, provocando que se doblegue en el suelo, enseguida el entrenador se encarga de gritarle: «¡Levántate! ¡Nunca dejes que los contrarios vean que te han hecho daño! ¡Hay que ser hombre!»

Sin embargo, el chico moderno sensible debe ser capaz de llorar en cualquier sitio y en cualquier momento. Los psicólogos, los artículos en las revistas, las madres y las imágenes en las que los hombres se abrazan cuando salen a pasar un día en el campo le inculcan esta nueva actitud. Se acusa al hombre moderno de ser frío o de tener una conducta poco apropiada a los nuevos tiempos si no «dejan que fluyan sus sentimien­tos» a la menor oportunidad. El cerebro femenino puede conectar los sentimientos a otras funciones cerebrales y por ello puede llorar o expre­sar sus sentimientos en prácticamente cualquier situación.

Los verdaderos hombres sí lloran, pero sólo cuando se activa el segmento emotivo de su hemisferio cerebral derecho.

Los verdaderos hombres sí que lloran, pero solo cuando algún segmento emotivo que está localizado en el hemisferio cerebral dere­cho y normalmente no dejan que eso ocurra en público. Por eso, debe empezar a sospechar de un hombre que llore en público a menudo. Las mujeres tienen una habilidad sensorial superior a los hombres, reciben información minuciosamente detallada y son mucho más capaces de expresar, tanto emocional como verbalmente, lo que sienten. Una mujer puede llorar ante un insulto porque eso desencadena su zona emotiva y sentimental, mientras que el hombre normalmente no se da ni cuenta de que le han insultado. Literalmente le da igual.

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