«Es muy difícil deshacerse de viejas costumbres» dice la gente mayor. «La memoria genética es un hecho y funciona», dicen los científicos. La memoria genética forma parte de nuestra conducta instintiva. Naturalmente, es lógico que el haber estado sentados en una cueva controlando los alrededores, defendiendo el territorio y los distintos problemas de supervivencia durante miles y miles de años hayan dejado una profunda huella en los hombres actuales.
Basta con fijarse en la conducta que presentan en un restaurante. La mayoría de los hombres prefieren sentarse de espalda a la pared y de cara a la entrada del restaurante. Así se sienten cómodos, seguros y alerta. Nadie va a hacer algo que les coja por sorpresa, aunque hoy en día no se trate de un cazador sino de la letal y astronómica cuenta. En cambio, a las mujeres les suele dar igual sentarse de espaldas a un espacio abierto, siempre y cuando no estén solas o con niños porque de ser así, se sentarían de espaldas a la pared.
En casa los hombres también actúan instintivamente y prefieren dormir en el lado de la cama más próximo a la puerta (un acto simbólico de defender la entrada de la cueva). Si una pareja se muda de casa o pasa la noche en un hotel en el que la puerta está más cerca del lado en el que duerme la mujer, el hombre no podrá descansar a gusto o dormir tranquilamente, aunque no sepa el porqué. Normalmente, el cambiar de lado para que él esté más cerca de la puerta suele solucionar el problema.
Los hombres suelen bromear diciendo que duermen en el lado
más cercano a la puerta por si tienen que salir por pies.
En realidad, se trata de su instinto defensor.
Cuando el hombre no está en casa, la mujer suele asumir su papel protector durmiendo en su lado de la cama. Por la noche, el más mínimo sonido agudo puede despertar a una mujer porque ésta lo asimila con el llanto de un bebé. Sin embargo, los hombres, para pesar de muchas mujeres, dormirán como un tronco si se trata de ruidos agudos, pero su cerebro detectará sonidos asociados con el movimiento por lo que incluso el sonido de una rama que se cae de un árbol puede despertarle en décimas de segundo, permitiéndole prepararse para un posible ataque. Las mujeres no se suelen percatar de estos sonidos, a no ser que el hombre no esté en casa, ya que en estos casos, su cerebro se programa para asumir el papel defensor del hombre y oír cualquier sonido de movimiento.