En la actualidad, la unidad familiar no depende únicamente de los hombres y nadie espera que las mujeres se queden en casa cuidándola y haciendo la comida. Por primera vez en la historia, la mayoría de hombres y mujeres están confundidos sobre las tareas que deben realizar. Usted, el lector de este libro, pertenece a la primera generación de seres humanos que se tiene que enfrentar a circunstancias impensables para sus antepasados o incluso para sus padres. Por primera vez, queremos vivir en pareja por amor, por pasión y por realización personal, puesto que la supervivencia en la actualidad no es tan crítica. La estructura de la sociedad contemporánea asegura al ciudadano el nivel mínimo de supervivencia gracias a los fondos de pensiones, la seguridad social, los estatutos de protección al consumidor y diversas instituciones gubernamentales. En este momento, nos podemos preguntar: ¿Cuáles son las nuevas normas? ¿Cómo y dónde las aprendemos? El objetivo de este libro será ofrecerle respuestas.
POR QUÉ NO PODEMOS RECURRIR A NUESTROS PADRES
Si usted ha nacido antes de 1960 seguramente habrá crecido observando que sus padres se comportaban según las antiguas normas de supervivencia masculina y femenina. Estaban repitiendo la conducta que habían aprendido de sus padres, quienes, a la vez, estaban copiando de sus padres, que imitaban a sus padres y así podríamos remitirnos a los cavernícolas y sus roles perfectamente delimitados.
Hoy en día las normas son completamente diferentes y, por ello, no podemos recurrir a nuestros padres. La tasa de divorcio de los matrimonios modernos asciende al 50% y, si consideramos las parejas de hecho y las parejas homosexuales, la cifra verdadera de ruptura de parejas debe ser de un 70%. Está claro que necesitamos aprender nuevas normas para redescubrir una forma de vivir felices y de pasar intactos emocionalmente el umbral del s. XXI.
SEGUIMOS SIENDO TAN SÓLO UN ANIMAL
A la mayoría de la gente le es difícil verse como un animal. No les gusta enfrentarse al hecho de que el 96% de nuestra naturaleza también está presente en un cerdo o en un caballo. La única diferencia entre nosotros y el resto de animales es nuestra capacidad para pensar y para realizar planes por adelantado. El resto de animales sólo puede responder a situaciones basadas en los mecanismos genéticos de su estructura cerebral y su conducta se fundamenta en la repetición. No pueden pensar, sólo pueden reaccionar.
Mucha gente acepta y sabe que el instinto de los animales determina, en gran medida, su conducta. Esta conducta instintiva es fácil de observar: los pájaros cantan, las ranas croan, los perros levantan la pata para orinar y los gatos acechan a sus presas. Sin embargo, esta conducta no es intelectual, por lo que mucha gente tiene dificultades para ver la conexión entre la conducta animal y la conducta humana. Hay quien ignora que sus primeras conductas fueron instintivas: llorar y mamar.
Las conductas, ya sean positivas o negativas, que heredamos de nuestros padres, seguramente pasarán a nuestros hijos, al igual que ocurre con el resto de animales. Cuando adquirimos una nueva habilidad, nuestros hijos la heredarán genéticamente, de la misma forma que los científicos pueden crear generaciones de ratas inteligentes y de ratas tontas a partir de dos grupos distintos de ratas: las que poseen la capacidad de orientarse en un laberinto y las que carecen de dicha capacidad.
Cuando los humanos nos aceptamos a nosotros mismos como un animal que ha ido desarrollando y perfeccionando sus impulsos a lo largo de los miles de años de evolución, resulta más sencillo entender nuestras necesidades e impulsos y, al mismo tiempo, es más fácil aceptarnos tanto a nosotros mismos como a los demás. Ahí reside el camino hacia la verdadera felicidad.