LA SESION XXVI: EL OBJETO ATRACTIVO –
EL PECHO DE LA ESPERANZA
Justo cuando parecía que su juego fragmentado continuaría indefinidamente se produjo un cambio dramático. El estímulo consistió en un parche de sol que aparecía sobre la pared del consultorio. John lo advirtió al entrar aquel lunes por la mañana, en la sesión vigesimosexta, y por primera vez apareció en su rostro una expresión de temor. Duró sólo un instante, para ser reemplazada por una mueca. Comenté que la mancha brillante era como un papá-rayo de sol en el fin de semana dentro de mí. John corrió el cajón, se precipitó sobre un puñado de lápices y los removió dentro de la banda elástica que los unía. Luego los desplegó en abanico dándoles una forma inequívoca de pájaro o aeroplano. Después los dejó caer de a uno, extendió el elástico en forma de óvalo y, salivando profusamente, lo succionó. Dije que él sentía que papá me había llenado con cosas buenas pero que John pensaba que sólo podría acercarse a la mamá-comida una vez que hubiera expulsado todas esas partes papá-lápiz. Me abrió la boca, introdujo el dedo, lo sacó y lo olió, hizo movimientos de succión y comenzó a balbucear. Dijo «chupetines» al mismo tiempo que recogía los restos de la planta de arvejilla que había traído consigo esa mañana, levantó los brazos y me empujó hasta la ventana.
68 I. WITTENBERG
De pie sobre el alféizar se sostuvo el pene, que estaba erecto. Quiso que yo abriera la ventana (a lo cual me negué), observó los árboles y los pájaros y finalmente «voló» dichoso a mis brazos.
Comentario. En el primitivo mundo de John, los objetos que presentaban cierta similitud de forma o asociación funcional eran fácilmente intercambiables o, con más exactitud, no estaban diferenciados. De ese modo el elástico podía equivaler a boca = pecho = ventana que se abre; mancha blanca equivalía a leche = saliva = palabras; lápices equivalían a penes = pezones; lengua = dedos = pene. En esta sesión me pareció que John se hallaba a punto de unir dos objetos parciales en su mente: partes de mamá y de papá unidas de un modo enriquecedor, un papá rayo de sol que hacía brillar la piel-pared de mamá, llenando sus pechos; los lápices de colores colmaban a mamá de comida y mi boca de palabras. Esta unión lo asustaba pero también le traía esperanza, lo liberaba de la apatía inducida por habitar en el trasero-calabozo de mamá, y me convertía en un objeto luminoso e incitante. Al parecer se le ocurrió la idea de que podía posesionarse de ello de un modo nuevo; era como si estuviera diciéndose «Voy a echar a estas Partes de papá y me convertiré yo mismo en el pene-dedo-lengua volando dentro de esta terapeuta-mamá». Yo estaba profundamente impresionada por la inteligencia que ese juego sugería. Más aún: ese salto hacia adelante cuando yo aparecía luminosa y colmada abría la posibilidad de que él pudiera hallar el camino de retorno a una relación conmigo. Sugería que su pérdida de contacto se había debido, al menos en parte, al temor de que al descartarme me hubiera convertido en «ida», quemada, mordida. Sin embargo, ¿en qué medida estaba esta relación amenazada por su posesividad y sus celos feroces?
La ilusión de haberme penetrado y de haber desalojado a «papá» continuó durante las sesiones siguientes. De ese modo, después de destrozar las plantas cada mañana, ahora brincaba alrededor de la mesa y bailaba en círculos, con los dedos en alto extendidos en abanico, mirando el sillón de la esquina con expresión de triunfo y susurrando «papá» de manera provocativa. A medida que su danza crecía en excitación también su risa alcanzaba un crescendo antes de que él se lanzara sobre mi falda. No obstante, sus victorias eran breves pues el sonido de un aeroplano o la visión de un pájaro destruían fácilmente la ilusión, lo movían a golpearme con fuerza y a retraerse a la tristeza y de allí al juego con plastilina.