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Ya hemos indicado que este tipo de pacien­tes no acepta fácilmente la intervención del médico o psicólogo para abordar su caso, o si lo acepta es con disgusto. Éste es el primer problema que debe tenerse en cuenta en la en­trevista con ellos. El malestar puede venir ma­nifestándose en dos formas distintas:

  • aparta­miento negativo, en que el sujeto se mostrará retraído,
  • y obstruccionismo activo, en que el sujeto manifestará abiertamente que no desea la colaboración del profesional, porque no lo requiere, o de forma más disfrazada, argu­mentando otras razones o exigencias.

Ambas actitudes pertenecen a la raigambre del paranoico; el primer paso debe ser mitigar la virulencia con que se manifiestan en los primeros compases de la entrevista para ma­nejarlas ulteriormente cuando permanezcan más sumergidas en lo latente, No se trata de hacerlas desaparecer, tarea extremadamente difícil, sino manejarlas a otro nivel.
 
Una de las maneras habituales de plantear la obstrucción activa en el paranoico durante la entrevista es monopolizar el diálogo. Habla sin interrupciones dificultando toda interrup­ción procedente del entrevistador. Es un recurso defensivo contra la posibilidad de in­tromisión de cualquier persona. En estas con­diciones, lo que se le diga parece no llegarle. Además, ulteriormente, el paciente utiliza el silencio del interlocutor interpretándolo como un acuerdo con él. Debemos tener en cuenta que el paranoico siempre permanece atento a confirmar sus sospechas y certidum­bres. Un silencio del entrevistador será un signo de acuerdo. El aforismo «quien calla otorga» es aprovechado aquí al máximo. Es preferible entonces no permanecer silencioso o en todo caso conocer esta peculiaridad.
Otro punto difícil relacionado con todo ello es su no aceptación del papel de enfermo. Si el entrevistador se apresura a imponerlo, el paciente reaccionará con agresividad o humi­llación excesiva. A menudo se consigue esta­blecer mejor relación hablando de su ansie­dad, insomnio, desesperación, etc., que con­frontando directamente lo relacionado con su personalidad o ideación perturbadas.
La alianza terapéutica difícilmente se con­sigue si el explorador se enfrenta con el deli­rio precozmente, oponiendo razones lógicas o argumentando racionalmente contra la impo­sibilidad del delirio.
Es éste un debate que seguramente el pa­ciente ha mantenido ya con sus allegados o amigos. Repetirlo en la entrevista constituiría un error. Es bastante útil abordar los temas afectados por su patología a través de fórmu­las como: «Creo que efectivamente usted sien­te y cree lo que me dice, y, por tanto, que dice la verdad, pero pueden existir opiniones y sig­nificados diferentes sobre lo mismo».
Cuando el paciente plantea el delirio o sus convicciones patológicas, generalmente utili­za elementos reales extraídos de hechos o si­tuaciones que efectivamente se han produci­do. Frente a tal anomalía en su interpretación es imposible separar lo real de lo irreal nítida­mente y, por otra parte, esto no es un objetivo suficiente de la entrevista. Es más importante operar sobre el significado y la vivencia de las anomalías. Hay que comprobar tres elemen­tos:

  • cuidado y preocupación del paciente por el delirio o las ideas sobrevaloradas;
  •  2) convicción irracional de su certeza, y
  • 3) utili­zación de tales contenidos para expresar que­jas, frustraciones, fracasos y desilusiones.

En el tratamiento del paranoico es preciso hacer intervenir al sujeto activamente. Al igual que tolera mal la privación de libertad, también rechaza las situaciones de sumisión pasiva. Cualquier terapéutica planteada desde una alternativa de imposición obtendrá fácil­mente como respuesta un enojo que se mani­festará habitualmente con el abandono del tratamiento.
En la utilización de psicofármacos es preci­so dar abundantes explicaciones con el fin de lograr mayor aquiescencia activa en el pacien­te.
En cualquier caso debemos observar la regla fundamental de que no tratamos el deli­rio, sino la persona profundamente insegura y molesta que lo ha gestado.
Con lo hasta aquí expuesto es fácil percatar­se de que el encuentro con el paciente para­noico encierra dificultades importantes. Puede ocurrir que el entrevistador no asuma bien la situación y, en consecuencia, se deteriore la eficacia de la entrevista.
 

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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