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Por Eduardo Chaktoura
Sigmund Freud creía que el amor era la mitad de la vida de una persona. Suponía que alguien gozaba de buena salud psíquica si estaba en condiciones de amar y de trabajar. Más allá del psicoanálisis, no existe modelo o línea de pensamiento que hoy pueda oponerse a la idea de que, en definitiva, el amor es el motor de la vida.
De padres e hijos, entre los amigos, entre miembros de una comunidad. Existen distintos tipos de amor; pero el amor de pareja es el que, además de proyectarnos compartiendo la vida junto a otra persona, facilita o enmarca otro de los objetivos esenciales: los hijos (la perpetuación de la especie).
Dejando de lado toda literatura romántica, la ciencia encuentra que el amor es una emoción compleja, una construcción hipotética determinada por cientos de conexiones, posibilidades e interpretaciones. Un sentimiento que, muy a pesar del marketing, tiene sus bases orgánicas en el cerebro y no precisamente en el corazón. Estamos genéticamente programados para amar y los genes se activan gracias a la química cerebral: la oxitocina despierta las primeras instancias de la seducción, el encuentro y la permanencia.
Se cree que de la química dependen los primeros años; entre cuatro y siete, según las historias de amor investigadas. Después de la popularmente llamada comezón del séptimo año, el amor quedaría, fundamentalmente, a expensas del intelecto y la voluntad. Es decir que, más allá de los flechazos de Cupido, directo al cerebro que también late de amor, es saludable entender que este sentimiento es una construcción en el tiempo constituido por etapas, instancias o momentos.
En este sentido, el doctor Miguel Spivacow, autor del libro de La pareja en conflicto (Paidós) y de Clínica psicoanalítica con parejas (Lugar), cree que, ante todo, «es conveniente distinguir entre lo que es amar y lo que implica enamorarse.
«El enamoramiento – define el psiquiatra- es una atracción inicialmente irresistible, cuya intensidad declina con tiempo. El amor, por el contrario, puede ir creciendo con el paso de los años e implica un tipo diferente de vínculo que incluye crisis, alejamientos y acercamientos, a pesar de los cuales los protagonistas vuelven a elegirse.»
Para la psicoterapeuta Clara Coria, «es un sentimiento que se vive a través del vínculo que cada pareja es capaz de construir». Esto da cuenta de que existen tantas definiciones de amor como cantidad de uniones o deseos en común puedan registrarse. Cada quien, claro está, con su cerebro, con sus conexiones químicas, con sus aprendizajes, deseos, pulsaciones, mariposas en la panza, tiempos y posibilidades de amar. Autora de El amor no es como nos contaron, Las negociaciones nuestras de cada día y El sexo oculto del dinero (Paidós), Coria es de las que creen que «el amor debería ser un acto de libertad, cuya duración esté en manos del mutuo apoyo y respeto por lo que cada uno es. En la vida humana no existen las garantías, pero sí los deseos de que aquello que nos hace feliz sea duradero».
«El amor, desde siempre, cargó con al menos tres duras tareas: organizar, proteger y dar sentido a la existencia; sostener proyectos de largo alcance y dar curso a las pasiones. El amor de las parejas es la única relación en la que estos tres aspectos deben conjugarse al mismo tiempo», explica Hugo Dovskin, psicoanalista, quien acaba de publicar El amor en tiempos de cine.
Según pasan los años
Hay que contemplar los tiempos históricos, sociales y culturales. Recién avanzado el siglo XX fue posible pensar en vínculos de más de 20 años. «El avance de la medicina y la prolongación de la vida suponen relaciones de una extensión inimaginable, en tiempos en que la inexistencia de antibióticos, las enfermedades en general, los partos o las guerras hacían virtualmente imposible pensarse en relaciones de treinta, cuarenta o cincuenta años», rescata Dvoskin, docente de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. «Al extenderse -agrega el psicoanalista-, la vida en pareja nunca será la misma, pues, tal como supone Borges, no son sólo las aguas las que cambian, sino que nosotros nunca somos los mismos al bañarnos en el mismo río.»
Estas apreciaciones ayudan a estimar que el amor de una pareja estará siempre en manos del compromiso y el desafío valiente que puedan asumir juntos, y en relación con las necesidades y los deseos que cada uno vaya adquiriendo a lo largo del camino. «Nos han jorobado con viejos mandatos y creencias -puntualiza la psiquiatra y sexóloga Cecilia Kurganoff-. Crecimos pensando en el amor según los cuentos de la infancia. Blancanieves, Cenicienta, la Bella Durmiente, todas, esperaban un príncipe azul joven, bello, rico y poderoso. Con el tiempo, como diría la humorista Gabriela Atcher, hemos comprobado, entre otras cosas, que el príncipe azul se destiñe en el primer lavado. No es tarea sencilla para muchos recuperarse también de otras realidades, como que nadie llegó a ser feliz comiendo perdices.»
«Hoy, en el amor se reemplazó el te amo por el te estoy amando», dice Walter Riso, autor del Manual para no morir de amor (Planeta). Esta interesante observación del terapeuta da cuenta de que se puede amar para toda la vida, pero que el foco no está o debería estar puesto en el futuro, sino en el día a día, en cómo se vive y convive con la relación. El gerundio (te estoy amando) muestra que el amor nunca se acaba de construir y de reinventarse. «Es un proceso vivo y activo -define Riso-; es pragmático, directo y sin anestesia. Hoy el amor dura mientras estar con vos no implique negociar con mis principios. Así te ame, el amor se acaba porque no le venís bien a mi vida.»
Si bien, por priorizar el progreso académico o económico, se ha postergado o retrasado la edad para casarse o formalizar el vínculo, el matrimonio sigue siendo una elección universal. Incluso cuando aumentaron considerablemente los divorcios, son muchos, sobre todo los hombres, quienes reinciden en esta aventura de institucionalizar el amor.
Sigue Riso, conferencista y docente, nacido en Italia, formado en nuestro país y radicado en Colombia: «Nadie entra en una relación para que se acabe. Lo que sí parece ocurrir en esta posmodernidad que vivimos es que se tira la toalla demasiado rápido. Cada día son menos los que están dispuestos a aguantar a alguien que nos hace daño o que afecte nuestra autoestima».
«Que no se trata de aguantar -redobla Clara Coria-. No se puede perdurar amando por decreto para toda la vida. Sólo es posible sostener el amor cuando son dos quienes lo alimentan.»
Está claro que no nacimos para estar solos, así como que cada quien sabe hasta dónde y cómo configura o puede habilitar una relación de amor en pareja. Se puede decir que el amor es una elección con las mejores intenciones. «La libertad de elección que existe hoy es un gran estímulo para la construcción de parejas más afines», celebra Spivacow, para quien «hay que destacar que en el mundo actual las parejas están cambiando vertiginosamente. La pareja institucionalizada por la sociedad, por citar algunos ejemplos destacables, ya no es patrimonio exclusivo de los heterosexuales, así como, en virtud de la ciencia, el amor de pareja no constituye la única posibilidad de reproducirse (…). No sabemos qué pasará en el futuro -continúa el psiquiatra-, pero es evidente que, aceptando la diversidad de formatos, la pareja seguirá vigente, ya que da respuesta a la soledad de hombres y mujeres».
El amor hace bien a la salud. Reiteradas investigaciones destacan, entre otras cosas, que las personas en pareja tienden a estar más saludables física y psicológicamente que aquellas que están separadas (el efecto es más fuerte en los hombres que en las mujeres). Por ejemplo, según un artículo publicado este año en el British Medical Journal (citado por la BBC), la gente casada vive más. A partir de un estudio realizado en 7 países europeos, se reveló que las parejas casadas tienen una tasa de mortalidad entre 10 y 15 por ciento menor que el resto de la población. Pero tampoco se trata de estar juntos para acumular años como puntos en la tarjeta de crédito.
En tiempos de descarte
Conseguir el amor perfecto o ideal (¿existe?), en lugar de experimentar el placer del encuentro -donde, además de compartir, siempre, inevitablemente, y en forma alternada, alguien tiene que ceder-, ésa es una tendencia de hoy. La cultura ansiosa e intolerante del amor se da porque se vive pendiente de las exigencias, del alto rendimiento y tantas insatisfacciones más. Esto es lo efímero y descartable que destaca el sociólogo Zigmunt Bauman cuando habla de los amores líquidos que caracterizan esta época. Cuántos amores o contactos no pasan de ser virtuales por el temor a que no cumplan con las expectativas, cada día más exacerbadas y alejadas del mundo real de los abrazos o el contacto auténtico del cuerpo a cuerpo.
«Estamos viviendo tiempos donde todo se ha sobreerotizado y desafectivizado, dice la psiquiatra y sexóloga Cecilia Kurganoff, para quien «el narcisismo, el individualismo, la competencia, las exigencias, el consumo, parecen haber devaluado la importancia y los beneficios del vínculo. Como ya hemos dicho, los tiempos cambiaron y cada tiempo define un estilo. Hoy compramos y descartamos todo el tiempo y, en este hábito de consumo exacerbado, creemos que podemos hacer lo mismo con el otro. Lo compro, lo convierto en objeto, lo manipulo como quiero. No nos enseñaron, y debemos aprender -sugiere Kurganoff- que el amor es respeto, confianza, distancia; que hay que trabajar para mantener la pasión, que hay que soportar e integrar, incluso, las cosas que no nos gustan del otro. No debemos perder de vista que el otro es otro, que no debo pegotearme o entenderlo como una posesión o una parte mía».
El psicólogo Walter Riso está convencido de que «hoy fluctuamos entre la dependencia afectiva y la autonomía, que tiende a ser un valor cada vez más arraigado. Vivimos entre la idea de un compromiso inteligente y la cultura del desechable. El amor se debate entre esos extremos contradictorios y va escribiendo su propia historia; una historia sin fin, sin tiempos. En realidad, no importa cuánto y cuándo te amen, sino cómo lo hagan».
Auténtico (y duradero)
El amor es valentía, coraje, paciencia, voluntad, ilusión, respeto, confianza. (agregue todos las palabras que considere oportunas) y tantas otras fortalezas necesarias para sortear los obstáculos propios del acto de amar, compartir y acompañarse.
«Podría decirse – explica el psicoanalista Hugo Dovskin- que perduran en el tiempo quienes logran superar las dificultades. Es imposible pensar en el amor sin obstáculos ni conflictos, así como es un error pensar que los conflictos se superan gracias al amor. El amor es el resultado de esas pruebas superadas. De no haber diferencias o crisis, seguramente, la relación se está amalgamando con sumisión -al menos con resignación- y sin defender los propios valores de cada una de las partes.
«En primer lugar -puntualiza Dovskin- la pareja debe confrontar con el conflicto que surge de un encuentro cultural entre dos historias que son las de las dos familias de origen. Por otro lado, el amor de pareja debe tener la carga pasional que demanda, al menos en Occidente, alguna forma de fidelidad, más allá de lo abierta que una relación se suponga.»
El amor de pareja debe generar un ámbito de protección y de cuidado donde los sujetos, ambos, depositan lo que en la vida cotidiana queda detenido por efecto de lo políticamente correcto y las buenas formas. «Ayuda saber que hay conflictos y crisis -retoma Spivacow-, que el amor implica placer y disfrute, pero también trabajo psíquico sobre las desavenencias y los desacuerdos. También ayuda saber que en los diferentes momentos de la vida la pareja busca diferentes cosas, y que realizar los ajustes necesarios puede ser la base para la continuidad. La autenticidad del amor no depende de los años que dure, sino de cómo lo sienten sus protagonistas.»
Son muchas las relaciones de pareja que han atravesado la prueba del tiempo. Así como hay quienes creen que el amor es la combinación de la intimidad, la pasión y el compromiso, Riso propone pensar el amor en torno de la suma de tres aspectos: Eros (deseo) + Philia (amistad) + Agape (respeto), en proporciones por determinar, así haya tropiezos y resquemores. «Eros es las ganas de ver al otro como un postre. Philia es la compinchería, los proyectos de vida compartidos. Agape significa cuidar al otro con ternura y respeto, que su dolor te duela y su alegría te alegre», completa el autor, convencido de que «el amor es para valientes».
Parece ser que el amor dura en tanto y en cuanto elijamos y sepamos transitar el camino hacia el bienestar (físico y emocional) de uno, del otro, de los dos. De todos los que caminan con nosotros por la vereda del sol (más allá de las tormentas).
LOS VERTICES DEL TRIANGULO
Según la teoría triangular del psicólogo estadounidense Robert Sternberg, el amor es una relación interpersonal que crece en torno de tres componentes esenciales: intimidad, pasión y compromiso.
La intimidad. Es el elemento emocional, comprende la autorrevelación que conduce al vínculo, al afecto y la confianza. Es el cariño, el deseo de acercamiento, la comunicación e interés por estar con el otro. Se diferencia de la amistad porque en aquella hay reciprocidad; en el amor uno puede tener el deseo de intimar y no ser correspondido.
La pasión. Es el elemento de motivación, se basa en los impulsos interiores que transforman el deseo inicial en deseo sexual.
El compromiso. Es la decisión de amar y permanecer con el ser amado. El matrimonio o la convivencia son la formalización; aunque el verdadero compromiso lo garantiza la lealtad y el proyecto conjunto.
Según esta teoría, la clase de amor que una persona puede experimentar depende del tipo de combinación de estos tres elementos. Hay ocho tipos posibles:
Cariño: cuando sólo hay intimidad
Encaprichamiento: cuando sólo hay pasión
Amor vacio: cuando sólo hay compromiso
Amor romantico: cuando hay pasión e intimidad
Amor fatuo: cuando hay pasión y compromiso
Amor sociable: cuando hay intimidad y compromiso
Amor consumado: cuando se combinan los 3 elementos
Falta de amor: cuando no hay ni intimidad ni pasión ni compromiso
DOS JOVENES DE 30
Daniela Avati (33) y Claudio Visetti (36) se casaron el 8 de octubre. Después de 6 años de noviazgo, formalizaron convencidos de que el amor es para siempre. Como muchos jóvenes, lo hacen pasados los 30 pero, a diferencia de otros de su generación, ellos no ponen en duda, ni por un segundo, el proyecto a largo plazo.
«Algunos de nuestros amigos piensan igual que nosotros», decían en la previa, entre las pruebas del vestido, las reuniones por el salón, el catering, las fotos. «Aunque tantos otros -agregan ahora-, por distintas experiencias, propias o de otros conocidos, no coinciden ni creen que alcance con todo lo que, para nosotros, se necesita para sostener un amor para toda la vida: confianza, respeto mutuo, comprensión y, por sobre todas las cosas, el diálogo.»
Los padres de Claudio, Felisa (64) y Esteban (67), ya llevan juntos 46 años (se conocieron en el 65 y se casaron 3 años después). Y si bien están seguros de que «si tomó la decisión, nuestro hijo es de los que se casan para toda la vida», entienden que la mayoría de los jóvenes de hoy tienen otra forma de relacionarse. «Cada quien vive su experiencia como puede; para nosotros, la clave es la comprensión y el respeto.» Los papás de Daniela, Silvia (56) y Pepe (60), se conocen hace 40 años. Y si tienen un consejo para darle a su hija y a su yerno: «Nunca hay que pretender querer cambiar al otro.»
MAS QUE UN RUBI
«En cada etapa hay un proyecto nuevo que sostiene la pasión y el compromiso», coinciden, sin dudarlo, Inés y Buby Bocles, quienes cruzaron la barrera de las bodas de rubí y, en 43 años juntos, tuvieron 5 hijos y 7 nietos. «No me imagino viviendo sin él», confiesa Inés, cuyos padres estuvieron casados por más de 60 años. «La clave es el compañerismo, la comprensión y la paciencia; hay que saber acompañarse», detalla la mujer a la que le brillan los ojos cuando habla de su historia con Buby y que apuesta, sin temor a perder, a que «siempre es posible el amor para toda la vida, y esto va más allá de la particularidad de los tiempos».
El la mira, asiente convencido, y a cada palabra agrega: «Los jóvenes deberían saber que el amor para toda la vida es una posibilidad, que es bueno que aprendan a compartir y a descubrirse juntos, a ser tolerantes». De repente, el hombre enamorado de Inés hace un silencio, sonríe y se anima a confesar el gran secreto para tantos años de relación: «Los hombres tienen que saber que siempre debemos tener la última palabra: sí, querida». Es un gusto verlos compartir, incluso, esa risa.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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