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Miguel Espeche es un buen psicólogo que conocí y un mejor tipo. Recogí esta charla de su web porque es un material muy rico. Hay cosas con las que uno puede no estar de acuerdo pero espero que esto no estorbe para que podamos aprovechar lo bueno de su contenido.
( Esta charla va precedida por un video introductorio de la película Kramer vs. Kramer)
Buen día. Es grande este lugar, les digo, mirar las cosas desde acá arriba, me siento como padre padrone que ve las cosas desde arriba, los hijos lejos…. La fundación ofreció estas escenas como disparadores, como elemento en donde cada uno nos pudiéramos reconocer de una forma u otra, distintas circunstancias, tanto nosotros como padres como nosotros como hijos. Sabemos que mucho tiene que ver la forma que tenemos y que adoptamos en nuestra paternidad con la forma que hemos tenido de ser hijos. El título de la charla que yo estoy ofreciendo es cómo nos ven los hijos a nosotros. Es muy parecido a decir como vimos nosotros a nuestros padres, que mucho que ver con eso va a tener el desempeño que nosotros tengamos en nuestra paternidad. La idea de la paternidad es la idea de una función que permite crecer, si no permite crecer, no se está cumpliendo. Las distintas formas que adopta esa función varía de acuerdo a las culturas, a las formas de ser de cada uno, al temperamento, a las circunstancias de familia, a la presencia o ausencia de familia como tal, según el modelo tradicional. Varía, pero el valor de la paternidad tiene que ver con aquello que permite crecer. Aquello que permite crecer tiene que ver con la autoridad, en el caso de la función paterna. Ustedes saben que nosotros somos, en algún sentido, autores de nuestros hijos, nosotros vamos tutelando su crecimiento, y de acuerdo a lo que nosotros hagamos, los chicos van a ir en una u otra dirección. Lo que no quiere decir que vayan a la dirección que nosotros queramos. A veces justamente, de acuerdo a lo que nosotros hagamos, ellos van a hacer exactamente lo contrario. Pero nosotros somos un punto de referencia. Un referente. En una de las escenas, cuando el chico venía y se encontraba con su abuelo y con su padre, yo observaba que el momento en que el padre le dice “tendríamos que estar un poco más juntos”, yo no tengo dudas que ese era el deseo del hijo. Pero bastó que el padre dijera eso para que el hijo dijera “para un cachito”. Algo de ese orden es lo que nos ocurre, sobre todo con los hijos adolescentes que no quieren estar con nosotros, pero sí quieren nuestro afecto, nuestro amor  y nuestra presencia. Pero no para estar al lado nuestro, sino para que seamos un punto de referencia a partir del cual ellos se puedan ir organizando.
Muchas veces nos morimos en espantosas disquisiciones internas acerca de la “autoridad” y el “autoritarismo” como seguramente la tuvo el señor Kramer con el tema del helado y su hijo. Muchas veces la tentación de la demagogia, la del “sí fácil”, se contrapone con el mito de la “mano dura”, aquello de que lo que le hace falta a este chico es una buena sacudida. Y son alternativas que se nos ofrecen a veces de forma artificial, a mi gusto. Porque, en realidad, yo reitero esto, la paternidad más que una metodología es un valor. Muchas veces se habla de retornar a la familia, y a mí me parece importante retornar, en todo caso, al valor de la familia. Pero no sé si a la familia tradicional, porque dejaríamos a la mitad de la población afuera. Porque en este tiempo, las familias están cambiando sus formas, están cambiando de manera rotunda sus formas y me parece sumamente egoísta pretender un retorno a formas determinadas prescindiendo de los valores que esos sí no se modifican; del amor, de la sana autoridad. Bueno, en realidad, toda autoridad es sana. Dicen que mucha autoridad se transforma en autoritarismo y no es así. La autoridad, así como el amor, cuando hay mucha, es buena. Que muchas veces se llame autoridad a lo que de hecho es autoritarismo es otro problema. El autoritarismo es aquello que hace que nosotros veamos a los hijos como mero objeto de nuestro deseo. “Objetos”, no “sujetos”. En cambio, la autoridad es lo que hace que nosotros digamos lo que nos parece, que aceptemos la potestad que nos corresponde como padres en sensibilidad con lo que nuestro hijo está haciendo, con lo que nuestro hijo está queriendo, teniéndolo en cuenta, que no es lo mismo que subordinándose a sus deseos.
Los chicos quieren a sus padres. No hay hijos que no quieran a sus padres. Aunque sea, a veces los quieren para poderlos odiar, pero los quieren. Es mejor que nos odien a nosotros, sino, como lo vemos tantas veces con los chicos que están en instituciones o están en la calle, terminan odiando a la policía. Yo trabajé bastante con chicos de la calle y yo por ahí escuchaba como charlaban entre ellos y se pasaban hablando de cómo habían jorobado a la policía, de cómo habían escapado de la policía. Y yo me di cuenta que amaban a la policía, que sin la policía ellos perdían un punto de referencia esencial para su crecimiento. Ellos querían a ese señor de uniforme, muchas veces barrigón, con mucha pizza encima, que los corría. Por lo menos se tomaba el trabajo de correrlos para agarrarlos. Y desde ahí, desde ese punto de referencia, organizaban algo. Y ahí viene una cuestión de la función paterna. Somos un punto de referencia, no somos un objetivo. Ellos no tienen que venir a nosotros, ellos tiene que ir, en todo caso, a los valores que de nosotros emanan. Pero no venir al pie nuestro. Esto me parece importante. Nosotros solemos decir en distintos lugares, pero particularmente en los grupos del Pirovano que los valores son energía, no son letra muerta que se nos impone y que por no cumplirlos nos sentimos culpables. Esos no son los valores. Los valores son: el valor de la alegría de tener los hijos, el valor de la sensación de la vivencia corporal de estar cerca de ellos y sentir lo que tengamos que sentir al respecto. Me parece, a veces, lastimoso verme a mÍ mismo o ver a nosotros, padres, preocupados por no cumplir con el manual del buen padre. Hoy bromeaba con mis hijos y les decía “espero que no me confundan con Socolinsky en la reunión”, porque sinceramente es imposible seguir un manual y Dios nos libre de hacerlo. Justamente lo que ocurre en muchas oportunidades  con los padres políticamente correctos, psicologizados, de alto nivel cultural  y que han leído a más de un autor y que hacen todo lo que se debe hacer para ser un buen padre, es que al final el hijo mira a su padre y dice:  “yo no sé si este es papá o es todos estos autores que ha leído” o “yo no se si es papá o es el psicólogo de papá” o “es el último libro que él leyó”, o vaya a saber que. Y eso genera profunda rebeldía en los hijos. Porque la rebeldía es un movimiento para despertar pasiones en los padres. Porque a través del descubrimiento de la pasión de los padres, los hijos sienten que los padres están ahí. No importa que es lo que sea, pero lo sienten y sobre esa piedra edifican su porvenir. Sin eso, es imposible que los chicos se puedan construir como personas. Y acá viene un punto que considero esencial que es el punto de la confianza. ¿Cómo vamos a construir nosotros la confianza en nosotros mismos si no confiamos en nosotros mismos?. ¿Sobre qué nos vamos a sostener para poder cumplir con tantos ideales, con tantas metas que tenemos, con tantos imperativos que tenemos si no confiamos en nuestra propia intuición, en nuestro propio corazón?. No vamos a poder suplirlo con ninguna metodología incorporada. No vamos a adquirir en un supermercado ninguna metodología de “ser buen padre”. Pero, bueno, bárbaro, eso, en realidad es un lugar común. Vayamos entonces a esto: ¿Quiénes somos nosotros?. Recién Adrián decía que nadie va a venir a darnos nada y yo decía, bueno, es verdad, pero ¿Nos lo estamos dando a nosotros mismos?. ¿Qué significa esto de poder, como el señor Dustin Hoffman, recién, decidir que sus sentimientos de bronca con el hijo estaban encausados en forma correcta y que esos sentimientos iban a ser positivos para su hijo?. Él no estaba tan convencido. Se tuvo que tomar un whiscacho después para bajar la ansiedad que le produjo el haber puesto algún límite a un chico que estaba  huérfano de padre. El chico le estaba pidiendo al padre que fuera “padre”. Tantas veces eso ocurre. Si  con tal de ser buenos no hacemos lo que tenemos que hacer….Yo lo único que le critico al señor Dustin Hoffman, al señor Kramer, es el whisky. Hubiera preferido que se juntara con otro padre y que comentaran lo que les había pasado. Que comentara, que pudiera intercambiar sus estados de ánimo, que los pudiera legitimar, que es la manera de legitimar después la acción que él, después, desplegó.
Hay una frase que se usa en el Hospital Pirovano y es: “lo que es bueno para los padres, es bueno para los hijos”. Es una frase que se las recomiendo porque manifiesta la comunión que hay en el amor entre padres e hijos. Es imposible que un acto de amor sea bueno para alguien y malo para otro. Es imposible que algo que realmente es bueno para uno, sea malo para otro.
Entonces, haciendo inca pié en esto que se trabaja  en el sindicato de padres; en realidad se llama sindicato de padres porque es para hablar de los padres, no para hablar de los chicos… basta de chicos, hablemos de nosotros. Hablemos de lo que nos pasa, de nuestros “whiskys”, de nuestras angustias, de nuestra soledad, de las señoras que crían a sus hijos con el papá de esos hijos lejos, porque están separados, con los padres que sienten desazón porque tienen a los hijos viviendo en otra casa, y a veces están viviendo con los hijos de su actual señora. Hablemos de la soledad, de pronto ver con miedo que el hijo se va a la noche, de esa zozobra que tenemos y ¿Qué hacemos con esto?, ¿Qué nos pasa a nosotros?, ¿Cómo nosotros mismos nos dejamos huérfanos a nosotros  mismos, a veces, de nuestras propias circunstancias, de nuestros propios sentimientos?. Pero no hay mucha gente más arriba que nosotros. Nuestros propios padres pueden estar, pero no alcanza con eso. Ya nosotros no tenemos padres y esto es duro. Muchas veces, por esa razón, intentamos ser hijos con nuestros hijos, ser compañero de nuestros hijos y ser “todos hijos”, nadie padre, nadie que agarre al chico y lo meta en el cuarto. Esto habla, más bien, de nuestra propia orfandad con la cual yo sugiero que nos conectemos y que veamos formas alternativas de vernosla con ella.
El ayudarnos recíprocamente, es un elemento importante. Muchas veces, mis padres viven, pero he escuchado conversaciones de personas de mi edad o mayores que cuando muere su propio padre, dicen que han ascendido. Se perciben a sí mismos como sin techo. Ya no hay allá arriba un referente al cual acudir, aunque sea emocionalmente. Imagínense el agua que ha corrido bajo el puente en los últimos 100 años, en los últimos 80 años, las modificaciones que han habido. Una persona de 70 o 75 años ha vivido, a lo largo de su vida, más modificaciones en la cultura que, yo creo, que nunca antes en la historia humana. De no tener teléfono, a tener teléfono de bolsillo todo el mundo, por ponerles un ejemplo. Y ni les digo de no poder decir una sola mala palabra so pena de castigo eterno, a prender la televisión a las tres de la tarde y escuchar a Jorge Rial, por ejemplo. Imagínense el tipo de transformación que han tenido que soportar las personas de más o menos la edad de mis padres. Cosa que habla muy bien de la ductilidad del ser humano. Pero llegado el momento, ya no hay ese referente. En ese momento, lo que nos queda es la fraternidad entre nosotros, los padres; entre nosotros, los de la misma camada. Poder juntarnos e ir construyendo la confianza, que no es algo que uno compra ni es algo que uno produce voluntaristamente. Solamente se produce a través del intercambio. Por eso estamos hablando, en realidad, de algo que podríamos llamar un cambio de paradigma en las relaciones comunitarias. Somos hijos de una cultura a la que nos vendieron el buzón del individualismo. Nos lo vendieron y lo compramos entero. Aparentemente, estamos despertando al respecto. Esto podría ser uno de los elementos que indican ese despertar. En los pueblos, sacan las sillas a la vereda y las señoras conversan sobre los chicos y chismorrean sobre los que hacen los hijos, y dan cuenta de lo que les está pasando. Eso construye confianza, construye esa calidez interior, esa armonía con uno mismo, que permite que en el momento que sea, hagamos lo que sea adecuado. Sea darle hasta el famoso “chirlo” (hubo hasta congresos sobre el chirlo, grandes congresos sobre la pertinencia o no del chirlo), o la palabra, o lo que sea. Lo haremos de acuerdo a nuestra intuición. Nuestra intuición se nutre de afecto, no de una racionalidad académica. Nuestra intuición se nutre de nuestro afecto, de la calidez con que vivamos nuestra vida, de la cantidad de relaciones de amistad, de intercambio que podamos tener. Y esa es una base que no es pedirle que nos den para no devolver. Habla de lo recíproco, la posibilidad de estar juntos en un clima. Es importante darnos cuenta que la paternidad y los hechos de la paternidad se dan en climas. Yo puedo contar una situación equis en relación con un hijo mío que sale a la noche, pero si no doy cuenta del clima emocional en el cual se desarrolló esa escena, nadie va a entender realmente qué ocurrió. Entonces esto es, más bien, una cuestión de sensibilidad. Por eso decía que esto no es una cuestión de fórmulas. Para la sensibilidad, ustedes tendrán que estar en contacto con sus propios sentimientos y conocerlos. Si la ira es lo que guía su proceder y no su conciencia, si es el miedo lo que guía su proceder y no su conciencia…,ustedes saben que el miedo se disfraza de conciencia. Muchas veces creemos que somos gente muy conciente y prevenida y en realidad somos gente temerosa. Y no hay nada peor para la educación de un hijo que el miedo. Una cosa es la prudencia y otra cosa es el miedo como ideología. Me parece que muchas de las conductas, a veces  inadecuadas de los hijos, tienen que ver con un deseo fervoroso de sacarse el miedo de encima, que es otro de los elementos muy dañinos de la actualidad. El miedo como ideología. El miedo que permite que muchas veces vivamos encerrados y secuestrados aunque no nos vengan a asaltar y aunque no nos vengan a hacer el secuestro exprés del día. ¿Cómo trocar ese miedo en una saludable confianza?. ¿Cómo, sin negar los peligros de la vida y justamente por los peligros de la vida, generar esa sensación, no esa idea, esa sensación de confianza que permite que los chicos sientan que vale la pena seguir creciendo?
Este es el desafío. Es un desafío amable. Es un desafío cálido. Es un desafío de conversaciones, de conversaciones a veces laterales. Hasta diría que quizás lo más importante de este encuentro sea lo que se converse ahí, entre ustedes, chusmeando sobre lo que dijo el tipo que está ahí adelante. Ese tipo de red que permite que nos demos cuenta que este mundo vale la pena de ser vivido. Porque más o menos es eso lo que tenemos que inculcarle a los hijos y no mucho más. A través del testimonio de nuestra propia vida, decirle a nuestros hijos que este mundo vale la pena de ser vivido. ¿Qué más tenemos para decirles?. Creo que acá no hay personas que estén con carencias proteicas ni con hijos con carencias de proteínas y ese tipo de cosas que se ven en Tucumán. En Tucumán hablaría distinto. Una vez que está esa base de manutención física al hijo, de crecimiento físico del chico, la nutrición básica, lo demás pasa más bien por lo espiritual de que nosotros seamos testimonio de que el mundo vale la pena. Los chicos, con esto en el corazón, se la van a arreglar para encontrar sus formas.
Mi padre era diplomático. Yo dije: “voy a ser psicólogo para no ser diplomático”, porque desde chiquito me dicen que voy a ser diplomático como mi papá. Yo hice toda mi cosa complicadita. Mi papá se asustó: “va a ser psicólogo, no le va a dar bola a nadie”. Pero mi padre estaba ahí como referente. No me enseñó cómo ser psicólogo porque él no tiene la menor idea de cómo ser psicólogo. Yo me conseguí la forma de ser el psicólogo que soy. Pero en el corazón mío está esa sensación de que el mundo vale la pena, porque mi papá estaba más o menos contento con su vida. Acá hay un tema muy grosso: ¿Estamos contentos con nuestra vida?. Porque si no lo estamos, por más “tecnología parental” que compremos, al Licenciado Espeche o a cualquiera que sea, se lo vamos a transmitir a nuestros hijos. Y una de las cosas más terribles y a la vez más maravillosas de la paternidad, es que los hijos nos hacen de espejo respecto a si estamos contentos o no, con nuestra vida, si hemos encontrado un sentido pleno a nuestra vida. Muchas veces, sobre todo en psicoterapia familiar, vemos que vienen preocupados por “el nene”. El nene es el chivo emisario de las propias frustraciones paternas. Ahora, no digo esto como para que nos flagelemos. Tenemos derecho a estar con nuestros problemas, con nuestras cuestiones existenciales, con nuestras tristezas…, con amabilidad lo digo. Pero la verdad, es que para lograr ser vistos por nuestros hijos con los ojos de la esperanza, ser testimonio,  nosotros, de la esperanza en un mundo donde metódicamente, les diría que científicamente, se está promoviendo la desesperanza y el escepticismo porque es una buena forma de dominar a la gente y una buena forma de vender productos…, porque ustedes saben que el miedo produce ansiedad y la ansiedad ganas de consumir…. Metódicamente, si entre nosotros nos cuidamos, nos queremos, confiamos de lo que sale de nuestro corazón, limpiamos nuestras impurezas, conversamos con otros, logramos nuestra base de afectos, los chicos van a ver en nosotros ese faro que necesitan para vivir. Ustedes saben que el faro está ahí, el faro no se mueve pero irradia.
Dios nos ayude para ser buenos faros para con nuestros hijos.
Eso, no más,  quería decirles.

Autor: Eduardo Montoro

Mi nombre es Eduardo Montoro, soy del 68, estoy casado con Graciela y tengo un hijo, Juan Manuel.
Tengo un largo recorrido académico, definido por un amigo como el viaje de Frodo, no porque sea como Frodo, sino por las peripecias que tuve que pasar, algunas en Italia otras en Argentina. En ese viaje obtuve varios reconocimientos académicos:
• Licenciado en Psicologia, Universidad Católica de Cuyo.
• Master en Psicología de Counselling, Università Europea di Roma
• Profesor de Psicología, Universidad de Mendoza
• Licenciado en Filosofía Sistemática con orientación Lexicográfica, Pontificia Università Gregoriana
• Licenciado en Filosofía del Derecho, Universidad Católica de Cuyo
• Y cuatro años de Teología, no acreditados oficialmente en ninguna universidad, pero que equivalen a una licencia.
Actualmente resido en San Juan, Argentina y mi hobby es salir a andar en moto en duro por los cerros sanjuaninos.
Pero lo que más me apasiona es ver crecer a las personas, superarse, en las más difíciles e inimaginables circunstancias.

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